Por Un Nuevo Mundo

Los recursos de su mundo casi se habían agotado por completo. Se había vuelto estéril y hostil. Era realmente difícil conseguir –al menos- mal vivir en aquella tierra. Y con la promesa de viajar a un nuevo mundo, donde había prosperidad y futuro; decidió tomar una pequeña embarcación y cruzar aquel cosmos oscuro y lleno de peligro.

Le prometió a su pueblo que volvería con una ruta por las estrellas; a un mundo prometedor. Esa fue la palabra que dieron los sabios: tras el oscuro abismo del infinito, se encontraba un nuevo paraíso. Y con todo lo que le quedaba, se adentró en lo desconocido. Tuvo que saltear diversas amenazas. Burlar a la muerte en incontables ocasiones. Luchar contra terribles seres muy poderosos de otras tierras. Finalmente, se dispuso a atravesar la nada. Su nave no estaba equipada para tan largo viaje, pero haciendo gala de un orgullo admirable; invitó a su miedo a subir con él a bordo.

Su nave sufrió graves daños cuando ya casi había llegado a su objetivo. Estuvo a punto de perder la vida. Pero el amor por su padre; aquel hombre tan humilde y bueno, y su hermanita pequeña; que deseaba con toda su alma sacar de aquel infierno, le dieron las fuerzas y el valor suficiente, para conseguir un último atisbo de voluntad, y así vencer tan terrible fatiga. Con el corazón en un puño, logró tomar tierra. Fue casi un milagro conseguir llegar hasta allí.

-Lo logré. –Dijo entre lágrimas de felicidad. -¡Lo logré!

Lo prometido estaba ante sus ojos. Lujosos reinos, aire puro y limpio. Prosperidad; mirara a donde mirara. Era un sueño hecho realidad. Aquí haría un nuevo hogar y con ayuda, salvaría a su gente. Pero la euforia acabó en temor. Unos vehículos centelleantes lo rodearon, y de ellos bajaron unos guerreros que lo apresaron. Llegó una de aquellas personas tan distintas a él, y le habló en su lengua.
Le dijo que no podía quedarse allí. Ese no era el mundo al que él pertenecía, y debería volver a su tierra. No pudo evitar llorar y sentirse desdichado. Todo lo que había hecho, todo lo que había perdido en el viaje; de nada sirvió. Tendría que soportar las desilusionadas caras de su gente cuando lo viesen regresar con las manos vacías. Y todo el valor que una persona puede apilar para cruzar el infinito y plantarle cara a la mismísima muerte; no se puede comparar con la vergüenza y la desolación, de decirle a la esperanza: No me queda nada más para darte…

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