Por soñar, que no quede

Johnny Pesadillas es un muchacho gafado. Haga lo que haga, y por más que se esmera, todo le sale bocabajo. No le quedan amigos, su mujer le ha dejado, es pésimo en su trabajo y su vecino no deja de darle por saco. Su gran sueño es ser un gran pintor. Pero por desgracia lo que pinta es de pena. Le gustaría por lo menos cambiar de trabajo; ese fue su propósito del año. Pero entre alquiler, casa de su mujer, manutención, facturas y más facturas... Se encontraba encadenado a fregar platos.

Así que Johnny P, amargado de la vida que lleva, decide encerrarse en el ático y pintar. Pintar, pintar y pintar, hasta dejarse los pulmones en el suelo; pero que por lo menos un cuadro sea bueno. Y después de muchos lienzos desperdiciados, y días de aislamiento, llegó su inspiración. Plasmó en el lienzo, lo que para él seria un mundo perfecto. Una mujer agraciada, cientos de amigos ¿que digo de cientos? ¡Miles! Un trabajo maravilloso, una casa preciosa… Y tan absorto se quedó con su pintura, que pasó los días y las noches contemplándola. Se levantaba de cara al cuadro, y se dormía como si le contara un cuento.

Un día al despertarse, vio que el cuadro había cambiado. Ya no era la pintura de su mundo soñado, sino que era horrible y desconsolador. Incluso la firma había cambiado, “Johnny Maravillas”, ponía. Pero no sólo el cuadro había cambiado, sino que la casa también. Era la casa de sus sueños, y a su lado, estaba la mujer de sus sueños. Ésta se despertó, y besándole suavemente, le dijo que no llegase tarde a la galería. Johnny casi se cae de la cama de la alegría. Se levantó de un salto, se puso un elegante traje, y cantando se fue a su nuevo trabajo –en una limusina-, claro.

Todo lo que pintaba era estupendo. Tenía éxito. Era asquerosamente millonario. Elegante, afortunado, guapo ¿Qué digo, guapo? Un adonis. Tenía todo lo que siempre había soñado, incluso más. ¿Y qué más se puede pedir? Porque por pedir, que no quede.

Pero llegó un día, que todo le aburría. Si deseaba algo, lo tenía en el acto. La vida, aunque repleta de todo lujo, se volvió monótona. Aburrida, irritante… ¿indeseable? Menudas dudas vagaban de acá para allá por su cabeza. Así que se obsesionó con su antiguo cuadro. Ahora no podía dejar de mirarlo. Envuelto en su albornoz de terciopelo, se quedaba horas y horas mirándolo. Qué asco de vida era aquella, pero estaba llena de metas y ambiciones. Y allí se quedó lamentando aquella antigua vida suya. Porque aunque no tenia nada, es cierto, era el deseo de conseguir lo soñado, de alcanzar algún día lo deseado, lo que realmente le hacia feliz.

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