La Excéntrica Vida de Arthur Benes

Arthur es un hombre de mediana edad, soltero, dependiente en una tienda de calzado, calvo y, loco para la mayoría de personas que lo conocen, y un erudito para unos pocos.
Se levanta todas las mañanas por el lado derecho de la cama, que es el lado que da a la ventana. Para desayunar ha de ponerse en el video una vieja cinta con un episodio de La Familia Adams que grabó hace más de 10 años. Antes de salir de su casa, ha de llevar un paquete de chicles en el bolsillo derecho y un llavero sin llaves en el izquierdo. Si sube a un auto-bus no puede agarrarse de la barra del techo bajo ningún concepto; también ha de quedarse en el lado derecho de éste. No se puede vestir con prendas de ropa de color verde. Si escucha la canción “Pure Morning” de Placebo ha de cambiar de emisora o salir inmediatamente de la habitación o local donde esté. En el caso de romper una de sus reglas algo en su vida empezaría a ir mal.

Arthur, es lo que vulgarmente se conoce como un maníaco. Es como esa gente que piensa que por no entrar en una habitación con el pie derecho, alguien de su familia morirá. Pero Arthur no es diferente a cualquier religión o culto, ya que él ha buscado una explicación racional a su existencia de la misa forma que cualquier otra creencia.

Según él, el universo y todo cuando habita en éste está estrechamente conectado, pues todo se creó desde el mismo punto de origen. Así pues, si hay vida en la Tierra por una serie de pequeñas coincidencias que ocurrieron en torno a ella durante miles de años hasta crear la vida de forma fortuita, lo mismo se aplica a que si un día meneó el café con un tenedor a falta de una cuchara, y ese mismo día encontró un billete de 100, es que menear el café con un tenedor hace que el cosmos que hay a su alrededor sea favorable.

Desde que adquirió esta creencia, y después de muchos años de buscar pequeñas minucias que condicionan su existencia agraciada, Arthur ha llevado una vida feliz –dentro de lo que cabe- entre pequeñas rutinas y costumbres. Esto da explicación a dos hechos inconfundibles de su vida: que esté soltero y calvo. Soltero, porque no hay mujer que aguante su excentricismo más de una semana, y calvo, porque debido a una equivoca manía, se estuvo lavando la cabeza con lejía durante un año.


Un día, como cualquier otro, siguió su rutina como cada mañana, se dirigió al trabajo, se flotó las manos con naftalina y atendió a los clientes hasta la hora de la salida. Cuando se disponía a marcharse su jefe le dijo que quería hablar con él, le hizo entrar en su despacho, explicándole que no podía seguir manteniéndolo en nomina debido a la escases de clientela de los últimos meses.

¡Algo iba mal en su cosmos! No había otra explicación racional a lo ocurrido que no fuera el haber omitido alguna costumbre de sus rutinas. Volvió a su casa más preocupado por la pauta que había olvidado que por el despido en sí. Se tumbó en la cama y repasó –primero- mentalmente los pasos dados durante el día, y posteriormente fue simulando repetirlos uno a uno. Pero por más que se revenaba los sesos, no consiguió encontrar la anomalía que tanto le había afectado.

Estuvo días enteros obsesionado con ello; no dormía, apenas probaba bocado… Se fue apartando paulatinamente del mundo que lo rodeaba, absorto en cada pequeña minucia que afectaba de modo tan considerable su vida. Hasta que un día el casero llamó a su puerta exigiendo una explicación del porqué no había recibido el pago del alquiler. Arthur había estado tan ensimismado en la búsqueda de la anomalía que no se preocupó de buscar otro empleo para pagar las facturas.

Tras convencerlo para que le diera una semana de plazo, bajó las escaleras como alma que lleva el diablo y salió desesperado a la calle en busca de un empleo. Tras horas y horas recorriendo calles encontró una cafetería donde necesitaban a alguien que se encargara de fregar los platos y limpiar las mesas. Cuando entró para informarse sobre el empleo descubrió que sólo había un muchacho con cara de poco espabilado; por lo que resolvió que el empleo lo tenía ya en el bolsillo. Metió la mano en un acto reflejo como si fuera a encontrar el sueldo del empleo ya en el bolsillo y se percató de que dentro no estaba el llavero. ¡Sin el llavero no conseguiría nada! Un sudor frio empaño su frente y le recorrió un escalofrió por la espalda con la sola idea perder el empleo. Tomo aire y salió corriendo del local decidido a recuperar su llavero. Corrió hasta su casa a por el llavero y volvió tan aprisa como pudo hasta el local. Al llegar se encontró al despabilado con un delantal blanco pasando la fregona por el suelo. Buscó al dueño y le suplicó por el empleo; incluso le dijo que estaría dispuesto a cobrar menos del ya escaso sueldo. Pero ya estaba todo decidido. El empleo era del muchacho con cara de sueño.


Los días siguieron pasando y la suerte de Arthur no cambiaba. Hasta que aquella mañana le cortaron la luz y no pudo poner el episodio matutino de La Familia Adams; por lo que tras reflexionarlo durante un largo rato, decidió no desayunar por si empeoraba la cosa.

Salió de su casa con el estomago vacio y fue hasta la parada del auto-bus. Iría hasta el otro extremo de la ciudad donde tendría lugar una entrevista por el empleo de bedel en un viejo edificio de contables.
Tras coger tres autobuses y recorrer unas cuantas calles a pie llegó hasta el lugar previsto a su hora, donde tendría lugar la entrevista. Al principio la cosa estuvo un poco tensa, pues el hombre que le estaba haciendo la entrevista estaba bastante distraído y no prestaba mucha atención al candidato, hasta que si venir a cuento le preguntó a Arthur si sabía escribir a máquina. Arthur asintió un tanto confuso y el entrevistador le dijo que si estaría dispuesto a trabajar como auxiliar administrativo. Estaba claro que todo volvía a su curso; fuera lo que fuere que falló en su mundo había sido al fin resulto. ¡Y de que forma!

Salió –casi- bailando del edificio y se dirigió con pasa apresurado y jovial hasta la parada del auto-bus, pero tuvo que reducir su avance debido al agotamiento que se estaba adueñando de él; aflojó el paso y caminó tranquilamente hasta la parada. Cuando llegó el transporte subió los escalones de un salto –lo cual le provocó un pequeño vahído-, le soltó una moneda al chofer y se adentró en el pasillo atestado de gente. El auto-bus arrancó antes de que a él le diera tiempo de encontrar un sitio libre para agarrarse que no fuera la barra del techo. Se estuvo tambaleando y apoyando en la gente que había a su alrededor (cosa que no les hacía mucha gracia y respondían con empujones). Consiguió llegar hasta el final con bastante dificultad y extendió el brazo, arriesgando su equilibrio, para alcanzar un hueco libre en el respaldo de una silla; pero en ese momento el auto-bus llegó a la siguiente parada y entre frenar y abrir las puertas, Arthur cayó de espaldas colándose por la puerta abierta. Se mantuvo flotando en el aire apenas un segundo y aterrizó en el suelo con la cabeza daleada. Escuchó como su cuello chasqueaba y como su cerebro se iba apagando rápidamente, igual que si alguien hubiese vertido un cubo de pintura negra dentro de su cabeza.

Durante la caída, en ese segundo de suspensión en el aire, no pasó su vida ante sus ojos como afirmaba la gente que estaba apunto de morir. Lo único que pasó por su mente, era que sus calzoncillos tenían una franja verde.

El Vuelo del Pingüino

Escribo con esputos de inspiración. Peores que los versos sin sentimiento. Me quedo sentado, mirando por la ventana viendo girar el mundo. Girar y girar, y ya me empieza a marear.
Todos los adolescentes quieren ser diferentes. Todos los veteranos, alabados. Los demás, se ríen a bocajarro.

Se como todo el mundo, te suelen decir. ¿Ser como una abeja, imposible de distinguirla de todas las demás? ¡Qué desperdicio de ser humano sería en tal caso! No, gracias, mejor sigo bebiéndome las lágrimas y tejiendo quimeras por las mañanas. Firmando mi ser con cada palabra, y no tan sólo con un garabato… que vulgaridad de acto.
No me conformo con palabras ya formadas. ¿Acaso el diccionario conoce cómo soy y qué necesito? Valiente juego de sobremesa… No, prefiero hablar con neologismos; ser yo mismo. No lo llames prosa poética –ni hablar-, llámalo narraverso.

Ahora no me juzgues de cretino, que todo lo que sé lo aprendí de tus labios cerrados y de tus miradas de soslayo. Y si me atas, romperé la cuerda a mordiscos.
Pero mientras hablo, el mundo sigue girando y girando, y yo ya voy perdiendo el equilibrio.
Se como los pingüinos; las demás aves se ríen de ellos porque no saben volar, mas lo que ellas no saben, es que lo hacen debajo del mar.