Noches de Asedio

Una noche más, Víctor debería bloquear todos los accesos a la casa. Varias ventanas estaban tapiadas y el resto las protegían resistentes rejas de acero. La única puerta al exterior estaba blindada y asegurada con doce cerrojos. Cogió un tarro que había junto a la mesilla en la entrada y espolvoreo su contenido junto a las puertas. Flores de ajo. Sacó del armero una escopeta de repetición y se dirigió al salón. Dejó el arma junto al sillón, y se sirvió una copa. La noche serie larga. Debería mantener la mente despejada. Se sentó en el sillón, y aguardó a la llegada del que hace años le acosaba.

Anoche mató al perro del vecino. Maldito bastardo –Se repetía-. Era la tercera vez que se cambiaba de casa. Pero siempre le encontraba. En ésta estaba más protegido. Ofrecía mucha más seguridad. Además, si entraba en casa le fulminaría con la escopeta. Aquí dentro no tendría tanto espacio para moverse. A no ser, que en estos años se hubiese vuelto más rápido. La última vez casi le mata. Pero afortunadamente llegó a tiempo una patrulla de barrio que por allí pasaba. Se cobraron demasiadas vidas aquella noche. Pero ahora este barrio parece tranquilo. No hay robos ni vandalismo. Seguramente él está detrás de todo eso. Lo estará manteniendo limpio para que no hagan falta patrullas de barrio ni vigilancia en exceso. El muy condenado era listo.
Empezaron los ruidos. Procedían de la ventana de la cocina. Victor cogió su escopeta y se dirigió tan aprisa como pudo a la cocina. Pero ya no se oía nada. Se acercó para examinar la ventana. Parece que había intentado separar las rejas con algún garrote. Ahora los ruidos provenían de arriba. Corrió por las escaleras; aguardó un momento quieto para oír de dónde venían. Del dormitorio. Dio zancadas hasta la habitación, cogió un puñado de flores que había en el suelo y las arrojó por la ventana. Se escuchó un fuerte golpe. Cayó a la parte trasera de la casa. Se asomó a la reja para ver si lo veía, pero ya se había levantado y ocultado.

-¡Maldito! –Vociferó. – Esta vez no, ¿Me oyes?, ¡No! ¡Déjame en paz!

Y dicho esto, le siguió a la noche horas de calma. Una calma repleta de tensión. Y Víctor, cansado, decidió volver a su sillón. Entre tanto silencio, cayó en un sueño ligero. Pero entre pesadillas, escuchó que lo llamaban. Abrió los ojos y se quedo pensativo. ¿Lo habían llamado o estaba soñando? Pero nuevamente escuchó su nombre.

- Víctor… -Más bien era un susurro que arrastraba el viento. - Víctor… Déjame entrar…
Éste, furioso, apuntó a la ventana he hizo dos disparos. Escuchó unos pasos alejarse. Recargó los dos cartuchos malgastados y siguió apuntando. Debió pasar como media hora; ya le dolían los brazos de mantener el arma en alto. La dejó en el suelo y cogió una linterna que había en la mesa del salón. Alumbró la ventana y allí estaba de pie mirándole entre las sombras. Seguía teniendo el mismo aspecto jovial que cuando comenzó a acecharle. Sin embargo él estaba bastante más viejo. El vampiro tenía los ojos grandes y negros y el pelo revuelto. Vestía completamente de negro. Una jersey negro sin insignias y unos pantalones de tela. Parecía un óleo en la ventana. Impasible. Le miraba fijamente sin pestañear siquiera. Apretó los labios e hizo una fuerte respiración. Pero Víctor, como un rayo, levantó el arma y le disparó. Le alcanzó de pleno en el pecho. Éste soltó un bramido y retrocedió hasta confundirse entre las sombras.


Al medio día sonó el despertador. Hoy debía ocuparse de su trabajo y labores del hogar. Cogió una taza de café y se dirigió al estudio. Estuvo escribiendo hasta la hora del almuerzo. Una comida consistente a base de carnes y verduras. Luego quedó rendido en el sofá durante un par de horas y se levantó -de mala gana- porque debía ir a la compra.

Cuando salió vio a su vecina, Linda, y una pareja de enamorados besándose en un banco que había enfrente de su casa. Mantuvo unas tímidas palabras de cortesía y se despidió de ella; alegando que tenía prisa. Ardía en deseos por ella, ¿Pero que podía hacer? Con un vampiro encaprichado por él todas las noches desde hace años. No veía que podía hacer. No quería que ella también fuera presa de su maldición.

A la vuelta; casi había oscurecido. Ese mal nacido llegaría pronto. Guardó el coche en el garaje y, rutinariamente, cerró puertas y ventanas. Tiró las flores por los suelos, sacó la escopeta del armero, y se dispuso a hacer la cena.


12:30, el vampiro llamaba, burlescamente, al timbre de la entrada. El muy cabrón. Se repetía en voz baja, mientras tiraba las sobras de la cena a la basura. El vampiro cada cierto tiempo llamaba al timbre. De camino al salón, echó un rápido vistazo por la mirilla. Nadie. –No te servirán esos viejos trucos. –Gritó-. Y como si se hubiese sentido ofendido por el comentario de Víctor, aporreó insistentemente el timbre. Luego silencio.

Una lágrima cayó por la mejilla de Víctor. Pensaba en el vampiro, y en como era su vida antes de que comenzara la pesadilla. Fatigado, su alma había envejecido terriblemente en pocos años. Así es como se sentía; terriblemente fatigado. Y su mirada mustia, daba testimonio de aquel sufrimiento. Pero aquel ser tenia el mismo aspecto de siempre. Inmune, vehemente… eterno.
El vampiro ahora se puso a aullar. Victor era incapaz de escuchar aquel alarido; era superior a sus fuerzas. Agarró un marco con una vieja foto de su familia, a la que añoraba cada día. Y gimoteando, se acurruco en el sillón tapándose los oídos.


El sol estaba en su punto más alto. Esa noche salieron del olvido recuerdos ya olvidados. Nada puede doler más que la aparición de un recuerdo ya muerto. Que tu mismo deseas que este muerto. Será mejor volver a la rutina. Se levantó del sofá como un alma en pena. Tenía el cuerpo entumecido por haber pasado la noche allí contraído.

Tomó media taza de café, y se quedó mirando una caja de galletas. Comer, ¿Para qué? Dejó la taza y salió a la entrada de la casa a barrer las hojas de la puerta. Allí estaba esa joven pareja. Se quedó mirándoles un momento. Como le gustaría volver a pasar su tiempo con alguien a quien querer. Que sana envidia le producía verlos. Era como soñar despierto. No se dio cuenta de que Linda le saludaba con la mano. Al verla sonrió y cruzó la calle para saludarla.

-Pareces un zombi, Víctor. –Dijo Linda bromeando.
-Oh, bueno. Es que he pasado mala noche.
-¿Eso por qué? –Su voz parecía preocupada, y Victor no pudo evitar sentirse alagado por su consideración.
-Nada grave. Debí cenar algo en mal estado.
-Pobrecito. Pues esta noche te vendrás a cenar a mi casa. Mi comida es sanadora ¿Sabes?
Casi escapó de su boca un: -Genial, me encantaría-. Pero pronto recordó que esa noche, irremediablemente, tenia visita.
-Yo, lo siento, Linda. Resulta que estoy sumergido en una novela, y tengo que terminarla pronto. Ya me están llamando la atención por lo que estoy tardando en acabarla.
-No pasa nada. Tengo una idea. Cuando la termines me invitas a cenar para celebrarlo. ¿Qué te parece?
-Eso me encantaría… Y bueno… ahora tengo que volver adentro. Tengo mucho que hacer.
-Por supuesto. ¡Vuela!

Víctor dio unos pasos de espaldas; sin poder apartar la vista de la alegre muchacha. Al darse la vuelta, vio que la pareja que había en el banco le miraban de reojo. ¿Tan patético les parecería a aquellos jovenzuelos? Entró en la casa, y fue directo hacia la cama. Fantaseo un poco con esa cena que le habían prometido. Pero la realidad le dio una fuerte bofetada. Jamás estaría con ella. El Valium que había junto a la mesita le ayudo a dormir.


Todo estaba listo. Puertas, ventanas, armas… Se sentó en el sofá y aguardó la llegada. Se retrasa. Pensó. Cogió sus apuntes y los repasó. En ese momento, alguien deslizó una nota por debajo de la puerta.

Ojo de pez.

¿Qué significaba? Acertijos; ahora le daba por los acertijos. Se dirigía de nuevo al sofá, pero de repente comprendió. La mirilla de la puerta. Fue a la puerta y se quedó mirando un rato. La calle estaba oscura; el banco junto a la farola vació. No se veía un alma. Sólo la casa de enfrente. Y allí estaba Linda, en la cocina preparando la cena. Se quedó un momento mirándola. Su belleza era casi hipnótica. En ese momento alguien encendía la luz del piso de arriba. La siniestra figura se posó junto a la ventana.

-¡Bastardo! -Gritó.

Salió de la casa desarmado; dejando incluso la puerta abierta. Una frio le corría por la espalda. Llamaba desesperado a la puerta. Abre… abre… abre… Linda se asomó por la ventana, y seguidamente abrió la puerta.

-Creo haber visto alguien arriba. –Le dijo bruscamente.
-¡Víctor, no subas, llamaremos a la policía!

Pero él ya estaba subiendo las escaleras. Registró habitación por habitación. Miró hasta debajo de las camas y por encima de los armarios. Allí no había nadie.
Ella estaba junto a la puerta. Cuando bajó por las escaleras vio por encima del hombro de Linda que la puerta de su casa estaba abierta. Jaque. Dijo entre dientes.

-Linda, no ocurre nada. Lamento haberte asustado. Últimamente no descanso bien y me vuelvo paranoico. Déjalo todo cerrado y no te preocupes. Mañana hablaremos. Mañana…

Se dirigió corriendo a su casa. ¿Como podía haber sido tan estúpido? Era una trampa. Tenía que alcanzar como fuera la escopeta.
Había barrido las flores de la entrada. No había rastro de la escopeta ni del vampiro. La puerta de la entrada dio un portazo tras de sí. Allí estaba él, bloqueando la única salida y con la escopeta en la mano.

-Víctor.
- Fuera de mi casa. -Dijo con repugnancia.
-Pero Victor, yo quiero que vengas conmigo.
-¿Contigo? Me das asco. ¡Engendro!

El vampiro, ofendido y furioso, se abalanzó sobre él. Lo agarró con fuerza por los hombros y lo arrojó al sillón.

-¡No me llames eso!
-Lo eres… te odio.

El vampiro dejó de agarrarle, y casi acariciándole los hombros, le siguió hablando suavemente:
-Yo quiero que vengas conmigo…

-¡Nunca! –Casi se atragantaba con sus propias palabras.
Se puso en pie, y dio la espalda al hombre que había en el sillón. Se quedó un momento allí en silencio. Luego se volvió y le miro casi con misericordia.
-Mamá siempre decía que no me dejaras solo. ¿Lo recuerdas?
Las lágrimas bañaron las mejillas de Víctor.
-No puedo... ¿No entiendes que no puedo?
-Víctor, yo sólo quiero que cuides de mi. Si hubiese sabido que me odiarías por convertirme en lo que soy, jamás lo hubiera hecho. –Se quedó en silencio viendo a aquel hombre marchitado en su sillón, y continuó. –Luche mucho. ¡Mucho!, por conseguir lo que tengo. No es una cosa que regalen ¿sabes? Y yo te la estoy regalando a ti, Víctor. Te estoy regalando la inmortalidad, la historia del hombre; que escucharas de boca de gente que estuvo allí. Te lo estoy ofreciendo todo.
-¿Cómo supiste lo de Linda?

El vampiro hizo un gesto de desaprobación. No le estaba interesando nada de lo que le decía.

-Compré a una pareja para que te espiaran. ¿Qué mas dará eso, Víctor?
-Tienes recursos, ¿eh?
-Somos muy ricos y poderosos. Pero lo daría todo por estar a tu lado.
El vampiro se puso en pie. Recogió el arma del suelo y se la ofreció. Éste, titubeando, cogió la escopeta con una mano, y se quedó mirándolo con ojos doloridos. No… se repetía. No. Pero alzando su mano vacía, estrechó la que llevaba su propia sangre. Y con un abrazo, abrazó la oscuridad y el destino de las alimañas que por las tinieblas de la vida humana, vagan.

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