El Asunto que Aguarda en el Sótano

Wendy no dejaba de llorar, mientras Lucy intentaba consolarla para así consolarse ella misma. Los chicos, nerviosos y frenéticos, se gritaban endiabladamente exigiéndose soluciones. Pero los alaridos que subían del sótano no les permitían pensar con claridad. Con cada nuevo grito del hombre muerto, se sentían más impotentes.

-¡Que se calle! ¡Maldita sea, haced que se calle! –Gritaba Wendy.
Bobby enfurecido, miró a Wendy reprimiéndose las ansias de abofetearla. Lo último que necesitaban era una mujer histérica e inútil. Le dio la espalda y se dirigió a los dos muchachos.
-Hay que matarlo.
-¿Y como coño quieres que lo hagamos, Bobby? Joder, ¡Si le he abierto la cabeza con un tronco, y el cabrón sigue gritando y golpeando la puerta!
-Pues no lo sé, pero hay que matarlo. No quiero que cuando lleguen mis viejos vean al puto negro jurándonos venganza. Scott, ¿Tu qué dices?

Scott pensaba que si se organizaban, podrían vencerlo. Bastante trabajo costó encerrarlo en el sótano. Pero con Bill, que estaba aún más histérico que las dos mujeres por haberle abierto la cabeza al hombre muerto, el asunto se les escapaba de las manos.

-He estado pensando un plan. – Guardó silencio unos segundos, mientras volvía a repasarlo todo –. Bien, primero necesitamos atar algunos cuchillos a unos palos. Cuando le acuchillé el vientre, antes de tirarlo al sótano, casi me arranca un brazo.

Bill y yo nos pondremos enfrente de la puerta con las lanzas mientras Lucy la abre, y tu Bobby, te pones a un lado de la puerta y le echas una soga al cuello. Si conseguimos atarlo, entre los tres podremos sacarlo fuera, y… bueno, no sé, meterle fuego.

Bobby asintió con la cabeza, analizó el plan de Scott, y conforme lo repasaba mentalmente fue animándose más. Comenzó a reír eufóricamente y se abalanzó hacia la frente de su amigo para besarla.

-Busquemos unos palos.

Zabubu fue criado de la familia desde que llegó a Inglaterra, demostró ser un sirviente leal y afable. Cuando cumplió los sesenta, los Harrison lo dejaron a cargo de la casa de campo de Spring Hill, en compensación a su lealtad a la familia. Aunque cuando llegó a Inglaterra se convirtió al cristianismo, fue iniciado en el vudú y la santería por su abuela materna.

Jamás usó los conjuros y rituales desde que aceptó su nueva doctrina. Pero el hijo único de los Harrison, Bobby, desde pequeño fue insolente con él. Lo consideraba un esclavo, como veía en aquellas películas. Lo trataba con altanería, y le exigía realizar arduas tareas que no se encontraban entre sus funciones. Soportó el arrogante trato de Bobby sin rechistar hasta aquella tarde de humillación. Nítidamente, entre la vida y la muerte, recordó las palabras de aquel terrible maleficio.

Ahora se encontraba encerrado en el húmedo sótano, soportando el dolor de las heridas en su cuerpo marchito. Un dolor, que solo desaparecería cuando los que lo habían causado murieran de la peor de las formas. A falta de sangre, por sus venas solo corría la venganza. Con cada herida, su instinto se hacia cada vez más dominante y salvaje. Su conciencia quedó desplazada a un segundo plano, y su odio, que quedaba patente con cada grito, crecía a medida que escuchaba los llantos de sus asesinos.

Su corazón, que le dolía fatídicamente por el hecho de no estar latiendo, le dio un brinco al ver que la puerta se abría. Se agazapó en las escaleras, dispuesto al ataque, pues lo que los jóvenes no sabían, era que Zabubu había entendido cada palabra de lo que planeaban.

Lucy, con mano temblorosa, sostuvo el cerrojo de la puerta a la orden de la señal para abrirla. Bobby estaba pegado a la pared con la cuerda en la mano, mientras Scott y Bill, agarraban con fuerza las improvisadas lanzas. Mantuvieron un momento de silencio, en el que solo se podía oír la respiración entre cortada de Bill. Scott dirigió su mirada a los componentes del grupo, para confirmar las posiciones, acabando con encontrarse los entumecidos ojos de Lucy. Asintió con la cabeza, en señal de que era la hora de abrir la puerta.

Corrió el cerrojo lentamente, esperó un momento, y obligándose a no pensar en lo que había tras la puerta la abrió hasta la mitad, ocultándose tras ésta. El hombre muerto asomó medio cuerpo acompañado de un espeluznante alarido que los inmovilizó del susto durante unos pocos segundos, suficientes para agarrar a la muchacha que se escondía tras la puerta y arrastrarla escaleras abajo.

Scott se lanzó hacia el sótano, pero Bill lo agarró con fuerza por la chaqueta gritándole que no bajara. Scott se quitó la chaqueta, y con la lanza en la mano se abalanzó escaleras abajo. Los otros tres se quedaron inmóviles observando la puerta. Pronto se dejaron de escuchar los llantos de Lucy. Y a pesar de que Scott gritaba con fuerza, eran más notables los mortecinos alaridos del hombre muerto. Pronto, el grito de Scott se fue ahogando, hasta que solo se escuchó el gotear de la sangre en el suelo.



Bill se apresuró a cerrar la puerta, pero Bobby se lanzó contra él, gritándole.

-¿¡Que diablos estas haciendo!? ¡Ellos siguen allí abajo!
-¡Los ha matado! ¡Deja que cierra la puerta, joder!

Entre forcejeos, los dos cayeron al suelo. Al oír unos pasos ascender por las escaleras torpemente dejaron de un lado la riña, mirando fijamente la puerta abierta. Los pasos se detuvieron a pocos peldaños de la puerta. Bill se incorporó, dispuesto a cerrar la puerta, pero la duda que Bobby le había sembrado, de que pudiera ser su amigo, le incapacitó a ello.

La improvisada lanza de Scott sobrevoló la habitación hasta incrustarse en el pecho de Wendy, que seguía sentada en el sofá, sollozando. Los dos muchachos quedaron petrificados al ver como a su amiga se le escapaba la vida entre gemidos. Y con paso lento, asomó el hombre muerto del oscuro sótano, sosteniendo entre sus manos las cabezas de sus amigos. Se acercó a Bobby y le asestó un fuerte golpe con las cabezas en la de éste. Se escuchó el crujir de los huesos, dejando un charco de sangre y masa encefálica en el suelo. Bobby quedó tendido en el suelo sin conocimiento, mientras Bill se arrastraba por el suelo intentando escapar de su agresor, que le seguía con paso lento y conciso.

Bill se levantó y corrió a la cocina, en busca de un enorme cuchillo que había sobre la mesa. Se dio la vuelta en busca de una posible salida, pero se encontró a menos de un palmo de distancia del hombre muerto, que le agarró por el cuello con fuerza. Asestó ciegos golpes sobre él, pero consiguió clavarle el cuchillo -en un golpe fortuito- entre sus costillas. Éste gritó de dolor, y aflojó un poco el cuello de Bill. Tomando aire, le propinó una patada derribándolo y liberándose de aquellas condenadas manos.

No consiguió alejarse mucho de Zabubu, pues este le cogió por la pierna, tirándolo al suelo. Se sacó el cuchillo del costado, tarea que le supuso un insufrible dolor, para acabar menguando la agonía al clavarlo en la espalda de Bill. El hombre muerto se echó encima de Bill, seccionándole la cabeza a mordiscos.

El cielo empezaba a clarear. El hombre muerto fue a donde se encontraba Bobby, aún inconsciente, le ató el cuello con la soga y lo sacó a rastras de la casa. Junto a la entrada principal había un árbol, Zabubu lanzó un extremo de la cuerda por encima de una rama, y subió el cuerpo de Bobby a pocos centímetros del suelo. Cuando el joven recuperaba la consciencia y abría los ojos, unos grandes dientes blancos teñidos de sangre se proyectaron sobre su rostro. Lo último que devoró fueron sus ojos. Al terminar, colocó el cuerpo agonizante a media distancia, entre el suelo y la rama del árbol. Conforme la vida de Bobby se extinguía, lo hacía también el dolor de las heridas del hombre muerto. Finalmente, cuando todos murieron, también él pudo hacerlo.

Zabubu fue un hombre humilde y gentil, nunca decepcionó a la familia Harrison. A pesar de ser tan solo el criado, llego a enfatizar con ellos, especialmente, con el señor Harrison. Fue lo más parecido a un amigo, en lo que pudo encontrar en aquella tierra hostil. Abrazó la fe cristiana con esperanza de una vida mejor después de aquella. Eso fue la ilusión que guardó toda su vida. Pero aquella tarde en la que aquel chico, que siempre trató con el mismo cariño con el que trataría a un hijo suyo, se burló de él con sus amigos, lo maltrataron y finalmente, asesinaron. Y solo por el hecho, de que le amenazó con informar a su padre por el trato tan degradante que estaba recibiendo. El odio y el rencor que sintió en aquellos últimos momentos de vida, le hicieron acordase de aquella anciana que lo inició en aquellas artes oscuras y peligrosas.

Rechazó, a pesar de ser el único anhelo que cosechó toda su vida, aquella gloria prometida. Y maldiciendo a tan crueles asesinos, se maldijo a sí mismo. No por la condena de soportar las heridas de la muerte, sino por condenar su alma a aquel infierno del que todos hablaban.

No hay comentarios: