Ocho Patas Tiene Un Gato

A Billy le gustaba explorar el campo, y no era para menos, pues su casa se encontraba rodeada de éste. Era un gran amante de la naturaleza, y toda forma de vida o de ecosistema le resultaba excitante. Uno se puede imaginar lo que experimentó este muchacho con semejante afición; cuando encontró una madriguera en forma de tubo, de no más de un metro cuadrado. Y de éste pudo escuchar en su interior un leve ronroneo. Se agachó sobre la madriguera y llamó suavemente a su ocupante. Al cabo de unos minutos pudo ver como asomaba la cabeza de un gatito. Billy le acarició la cabecita con un dedo y el animal, considerando que el chico era un ser en quien se podía confiar, salió por completo de la madriguera y se restregó contra su pierna. Éste dio un brinco hacia atrás, sorprendido por el número de patas que tenia el animal. Las contó varias veces, sin dejar de sorprenderse siempre con el mismo resultado. Ocho patas… Era increíble –o más bien, imposible- que dicho animal tuviese tal anomalía.


Como el gatito era muy afable, Billy no tardó en cogerle simpatía. Era una criatura asombrosa, sin duda alguna. En un principio pensó en darla a conocer, pero la simpatía que brotó rápidamente en su interior le hizo replanteárselo. Se asomó a la madriguera para comprobar si había más ejemplares como aquél; pero la madriguera estaba vacía. El animal parecía hambriento, así que supuso que lo habían abandonado por su excluyente morfología, o había muerto su madre. Se decidió pues, llevarlo consigo. Lo escondería en el sótano donde su madre no le regañaría por traer animales a casa, y estaría apartado de las miradas de los curiosos.


Al principio todo fue bien. El gato se portaba correctamente, y no delataba su presencia con maullidos. Jamás había visto gato más silencioso que aquél. Sólo emitía leves ronroneos y un casi imperceptible maullido cuando le daba de comer. La comida fue un problema, pues solo le gustaba la carne, y ésta, no debía de estar nunca hecha. La leche al principio también le gustaba, pero más tarde dejó de tomarla.

El primer escondite que le procuró dentro del sótano fue en una pequeña caja detrás de la escalera. Pero cuando ganó algo de volumen, el gato optó por un agujero que había en la pared. Hubo una vez que aquel agujero era la salida de un extractor de aire o chimenea de metal. Al quitarla taparon el agujero por arriba y no se molestaron en tapar el del sótano también. Resultaba ser un agujero cilíndrico similar a de su antigua madriguera, por lo que a Billy le pareció estupendo; pues no había escondite mejor. Lo más curioso era ver como se subía hasta el agujero. Daba un salto, y haciendo uso de sus numerosas uñas, trepaba rápidamente por la pared hasta su madriguera. En la que permanecía oculto la mayoría del tiempo.


Cuando alcanzó la edad madura, los trozos de carne no le parecían suficientes. También disminuyó su gusto por las caricias. Cuando oía llegar a Billy, se limitaba a bajar, restregarse un poco por la pierna del muchacho, agarrar la carne con la boca y regresar rápidamente a su madriguera.


Un día que Billy fue a darle su ración de comida, el gato bajó, pero se quedó mirando fijamente al chico. Billy dejó la comida en el suelo y esperó a que el gato la cogiera. Éste avanzó lentamente y se restregó contra la pierna como solía hacer, sólo que esta vez lo hizo más latamente. Cundo el muchacho alargó el brazo para acariciarle la cabeza; el gato se volvió rápidamente y le mordió en el dorso de la mano. Billy se apartó y se observó la herida. Dos pequeñas marchas que parecían haberse infectado con rapidez. El animal no se movió. Se sentó y se quedó observando al muchacho. La herida empeoró rápidamente, y decidió subir en busca de ayuda; pero sus piernas fallaron y cayó de bruces contra el suelo. Había perdido la sensibilidad de las piernas, y se arrastró como pudo hacia la escalera.


El gato se levantó y caminó ligeramente hacia él. Billy ya no podía mover los brazos. Se quedó horrorizado pensando que clase de infección le podría haber transmitido. El animal se subió encima de él, y de su abdomen comenzó a segregar una tela blanca con la que lo fue cubriendo rápidamente.


Billy desapareció de repente. Todo el pueblo lo estuvo buscando durante días. Pusieron su foto en los embases de leche; e incluso se drenó la laguna que había en mitad del campo. Pero nunca se le volvió a ver.



Un día que se estropeó la lavadora que estaba tras la escalera, la madre de Billy –que estaba frustrada por la desaparición de su hijo- zarandeo la lavadora hasta sacarla del hueco. Se quedó horrorizada al ver a Billy completamente desecado, envuelto en una viscosa tela blanca. Y mientras ella gritaba horrorizada, sin apartar la vista de lo que una vez fue su hijo; un gato blanco moteado se deslizaba lentamente por la pared.

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