La Picadura

Levanté la roca, (imbécil de mí) y aquella bestia negra me clavó su aguijón. Debido al veneno que me ha irrigado, me he tumbado mientras espero que llegue un ángel misericordioso. Enfrente de mí hay un precipicio; que se acerca lánguidamente hacia mí. Sé que si no me muevo me tragara. Pero no puedo ni levantar un dedo, ni tan siquiera cerrar los ojos. Caigo por el precipicio; y aunque es de día, allí abajo todo está oscuro. Me pregunto que habrá en el fondo.

Nada.

Debería haber tocado el suelo. Pero aquí abajo parece que no hay. Sólo negrura. Al cabo de unos minutos, o quizás unos días, alguien enciende una hoguera. Me levanto y me dirijo hacia el fuego, pero en el haz de luz que desprende la llama no se ve a nadie. Observo la hoguera, y me percato que de las llamas brotan arañas. Son marrones y peludas. De largas patas y un abdomen puntiagudo. Algunas saltan, otras se arrastran, y unas pocas se devoran entre sí. Mirándolas me duele más el brazo. La picadura palpitante parece cobrar vida y lenguaje propio. De alguna manera me amenaza y maldice. Salgo de la luz y corro hacia la nada. Intento huir de la pesadilla, pero la llevo a cuestas. Es sólo un sueño; sé que es un sueño y un delirio.

Escucho un “Tic Tac”, y me dejo guiar por la llamada. Cada vez se escucha más alto y nítido. Tic Tac… Tic Tac… Será un reloj. O quizás sea una bomba. Pero me acerco para comprobarlo. Choco contra algo y lo toco para saber que es. Un reloj. Parece tener una puerta, la abro y una fría mano me agarra por el brazo. Intento resistirme, pero la mano me agarra con más fuerza y me hace entrar en el habitáculo.

El sitio es pequeño y algo me aprieta. Noto más frías manos sobre mi cuerpo. Me desabrochan la camisa y me colocan sanguijuelas en el pecho. Son frías y húmedas; y siento como meten sus afiladas lenguas hasta mi corazón. Me desmayo. Pero, ¿pueden alguien dormir dentro de un sueño?

Alguien me atraviesa el pecho. Abro los ojos y todo está blanco. La luz cegadora me ha quemado las pestañas. Me protejo los ojos con las manos, y aún así, la luz atraviesa mi carne y lo veo todo de un rojo anaranjado. La luz va perdiendo intensidad y mis ojos se van adaptando progresivamente. Aún no los abro; por miedo a quemármelos. Entre diversos silencios, escucho a las chicharras. Grillos flotando sus patas a modo de coro, siguiendo el compás de los latidos de mi corazón.

Vuelvo a abrir los ojos. El resplandor ha desaparecido, aunque todo está de un blanco radiante. Es una habitación clara y limpia. Intento levantarme, pero parezco pegado a la cama. Siento como el brazo me tiembla; la boca de mi herida comienza a esputar sangre. Primero unas gotas, luego un hilo de sangre constante, y ahora un torrente. El suelo está cubierto de sangre y veo como va subiendo rápidamente. La cama se tambalea por la marea proterva que se ha creado debajo. Nado hasta la puerta pero no se abre, y desesperado, veo como mi propia sangre me va ahogando. Aguanto la respiración y sigo intentando abrir la puerta. Y cuando mis fuerzas me han abandonado y desisto de intentarlo; ésta se abre de par en par. Y como si el umbral fuesen mis ojos, veo como un hombre apenado, coloca sobre mi cuerpo marchito un velo blanco.

No hay comentarios: