Ave María

-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebido.
-Hace… hace tanto que no me confieso. Y ahora lo necesito más que nada en el mundo.
-Dime hijo, ¿Qué has hecho?
-He condenado a la humanidad. ¡A todos! Oh, Dios mío… ¿Podrás perdóname?
-¿Tan terrible ha sido tu pecado?
-Tan terrible como se le pueda permitir a un hombre pecar, y aún así, más.
-Pero, ¿qué es eso tan terrible que dices haber hecho?
-He blasfemando. He invocado a las tinieblas. No hay redención posible que nos salve de tan terrible infierno. Lo único que queda por hacer es arrepentirse de los pecados.


Padre, todo empezó hará unas semanas. Yo estaba en la biblioteca de la Universidad Froud, junto a Irving y Féval; cuando vino Manfred con un viejo libro en las manos. Dijo haberlo encontrado detrás de unos libros destartalados de filosofía transcendental. Lo encontró casualmente al ser empujado hacia dicha estantería por un hombre de barba desgreñada y un traje arrugado. Ahora dudo de que todo esto fuese un hecho fortuito.

El libro no tenía título, ni figuraba el nombre del autor por ninguna parte. Trataba sobre viejos conjuros, tétricos personajes que supuestamente existieron, sortilegios ancestrales, preceptos sobre sacrificios y mil disparates más. Fue escrito a modo de diario o bloc de apuntes y seguramente su autor o autora, fue una bruja o demonio. Al menos esas eran las teorías que nosotros comentábamos. Pero tan sólo a modo de divertimento; nada más. Pero con el paso de los días, Manfred empezó a obsesionarse por el asunto. Dejó de lado sus libros de texto para dedicar todo su tiempo al estudio de dicho libro. Todas las noches nos venia a buscar a la biblioteca –o lo encontrábamos nosotros allí estudiándolo - y nos contaba todo lo que había descubierto.

Una de las historias transcurría aquí, en Tesalia. En el bosque que hay más allá de la mina de cobre, y el valle donde está El Pozo del Caldero, en lo alto de la colina. En la más negra espesura del bosque, donde dejan de oírse los pájaros y las ardillas; vivían cuatro hermanas. Las cuatro eran brujas, y bien conocidas por sus maldades sobre las personas de esta tierra. Cuentan que las noches de luna llena; cuando toda la gente dormía, entraban en las casas y se llevaban a los bebes recién nacidos. Envenenaban el ganado, y quemaban las cosechas. Luego volvían corriendo, igual que lo hacen los zorros, hasta el negro bosque.

En una de sus invocaciones al averno; un ser, mitad carnero y mitad hombre, les reveló un antiguo secreto. En la colina más alta que hay en el valle, se encuentra El Pozo del Caldero. Éste jamás dio agua, y la gente que se adentró para comprobar su profundidad; o no llegaron al fondo o no volvieron. Se dijo que estaba maldito y nadie más volvió a acercarse él. El origen de éste se remonta siglos atrás, cuando un terrible terremoto hizo una grieta que llegó hasta el infierno. Los demonios que había abajo intentaron escaparse, pero un monje –conocedor de diversas culturas y mitologías- creó un sello místico que les impidió la entrada. La gente, para no olvidar donde se encontraba aquel lugar tan funesto, y también por miedo a tocar el sello: lo disfrazaron como un pozo. Lo que ocurrió fue que al pasar la advertencia de generación en generación; quedó como un cuento fantástico para que los niños no se acercaran al pozo.

El secreto que les reveló aquella bestia a las brujas fue el modo de romper el sello. Siguieron las instrucciones que les dio y esperaron –como le dijo la bestia- a la primera luna llena de verano para hacer el conjuro. Afortunadamente, la gente vio aquella noche a las brujas danzando en la colina. Se unieron todos los habitantes y se dirigieron donde estaban las hermanas. Tras una cruenta lucha, donde varios hombres quedaron ciegos y otros tantos mutilados, atraparon a las hermanas; les cortaron las cabezas y las tiraron al pozo.


Aquel libro que Manfred encontró, poseía dicho conjuro. Y como se acercaba el verano, y estábamos estresados por los estudios; decidimos seguirle el juego a Manfred y realizar el encantamiento. He de decirle, que hace mucho años que me volví agnóstico; y no sólo no creía en Dios, sino que tampoco lo hacia en brujas y demonios. Que el Cielo me perdone por todo esto.

Creamos lo que llamemos: La Hermandad de Sello. Tras la fundación de la nueva orden, Féval no tardó en volverse –al igual que lo hizo Manfred- en un devoto de aquella brujería. Y luego le siguió Irving. Yo siempre tuve mis reservas; y no acepte por otra cosa que no fuera distraerme y olvidar los estudios durante unas horas. Manfred creía que si rompíamos el sello, nos recompensarían de la misma forma que iban a recompensar a las brujas. Con inmortalidad y poder.

Llegada la noche indicada, nos dirigimos al valle. La luna se encontraba encima de nosotros proporcionándonos toda la luz necesaria. Manfred sacó de su cartera el libro y lo colocó frente a él. Luego Irving, Féval y yo nos colocamos junto al pozo. Oremos el conjuro a coro -como indicaba el libro- mientras Manfred iba tirando al pozo los menesteres necesarios. Éstos consistían en toda case de inmundicias habidas en la tierra: pelos de rata, entrañas de lechuza, hormigas ahogadas en vino, las uñas de la mano derecha de un cadáver, dientes de ardillas, raíces brotadas de una tumba, gusanos de un cuerpo putrefacto, glándulas de cabra, cabezas de escarabajos y no recuerdo que más salió de aquella vieja cartera. Luego alcemos nuestras manos sobre el pozo, y nos hicimos un corte en la palma de la mano del que tuviéramos a nuestra izquierda. Al caer las gotas sobre el pozo la noche se quedó en el más estricto silencio. El conjuro había terminado y nos quedamos esperando a ver que sucedía. Manfred se ruborizó, seguramente debido a la pantomima que acabábamos de hacer.

Repentinamente se escuchó un ruido procedente del pozo. Un ruido similar al que produce el cristal cuando se rompe. Luego se escuchó algo parecido a un trueno. Un ruido sordo y grave que fue ascendiendo progresivamente. Un sudor frio corría por mi espalda; y le mentiría si le dijera que no me temblaban las piernas. Todo volvió a la calma y pude respirar tranquilamente durante unos segundos. Pero en ese momento una polilla surgió del pozo. Revoloteó sobre nuestras cabezas y después se adentró en la noche. Del pozo comenzaron a brotar toda clase de insectos. Arañas, ciempiés, orugas… Y de entre aquella inmundicia brotó una mano escuálida y roñosa. ¡Y a ésta le siguieron un centenar más! Y luego aparecieron las cabezas. Caras alargadas de pequeños ojos colmados de sangre, y orejas largas y puntiagudas, y bocas enormes repletas de dientes. Luego salieron alas, y algunos alzaron el vuelo. Los que no estaban provistos de éstas, andaban encorvados y con movimientos antinaturales. Luego fueron los tragos, los espectros, las bestias, las brujas y los condenados. Éstos últimos eran gente demacrada y desnuda que intentaban huir, sin saber que no hay donde huir; y lo único que conseguían era atérranos con el destino que nos aguardaba.

Todos corrimos desesperados. Todos menos Manfred. Él se quedó de pie junto al pozo y les gritó que quería su recompensa. Lo que ocurrió después, ni siquiera la muerta logrará inhibirlo de mis pesadillas. Dos de aquellos demonios agarraron los bazos de Manfred; y mientras él gritaba, los demonios tiraban de sus brazos hasta arrancárselos de cuajo. Después, aquellas brujas viciadas y grotescas; le agarraron por las piernas dejándolo boca abajo, y corrieron hacia nosotros entre risas diabólicas y amenazas.

Corrimos hasta el pueblo e intentemos avisar a la gente. Pero pocos nos tomaron en serio. Cuando llegó el estruendo de la marcha, acompañado de alaridos y risas, toda la gente salió a la calle y dirigió su mirada hacia el valle. De entre las sombras; una horda diabólica se abalanzó sobre nosotros. La gente comenzó a gritar y correr despavorida hacia todas direcciones. Nosotros tres nos apiñemos e intentamos huir entre aquel tumulto. Pero una bestia parda y enorme se alzó sobre nosotros. Agarró a Irving por la cabeza e intentó llevárselo. Nosotros lo agarrábamos con fuerza, pero la bestia nos arrastraba a todos. Aquí vuelvo a sentir vergüenza de mis actos… pues le solté y huí. La bestia agarró también a Féval y se los llevó hacia el valle. Seguramente al pozo.

Una obesa bruja se cruzó en mi camino. Solo llevaba un harapo que cubría la parte superior de su cuerpo. Tenía el pelo negro y grasiento, y los dientes podridos. La lengua –que la tenia medio fuera- era pálida y llena de llagas y pupas. Me agarró el brazo clavándome las uñas y comenzó a gritarle a los demonios. Un grupo de aquellos espectros se dirigieron apresuradamente hasta donde yo estaba. Desesperado, mordí el brazo de la vieja y ésta soltó un grito espantoso. Conseguí librarme de ella; pero la mirada de odio y las maldiciones que mascullaba me han seguido hasta aquí como un escalofrió en la espalda.


Han venido pisándome los talones, y ahora tienen que estar apunto de llegar. Y cuando lo hagan; harán entrar aquí a sus bestias. Usted también morirá, y lo que más lamento es que es por mi culpa. Por lo que pude ver, ellos son incapaces de concebir una muerte rápida. Se alimentan de cada gota de sufrimiento que es capaz de expeler el cuerpo humano. Mi arrepentimiento es mayor que mi vergüenza. Lamento tanto haber sido el causante de toda esta desgracia…
Ya se oyen los gritos.

¿Habrá misericordia para este pobre imbécil? Tengo miedo de que cuando me arrastren hasta el pozo, mi alma quede allí para siempre.

Por favor Dios, Apiádate de mí…
Por favor… Por favor…

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