La Sangre del Suicida

Llenó la bañera con agua caliente y colocó una cuchilla de afeitar sobre la jabonera. Cuando el ambiente estaba flamante de vaho, Asier se quitó la ropa y se metió en el agua. Dejó los brazos sumergidos en el agua caliente esperando a que su piel se volviera más suave y blanda. Luego quitó la funda a la cuchilla y la hizo bailar entre sus muñecas. Un agudo escozor le subió por el brazo, pero al meterlos de nuevo bajo el agua; el dolor fue menguando. Asier cerró los ojos y esperó el sueño mortecino. Pero éste, se hizo de rogar…

La bañera se tiñó de rojo, y el empezó a sentirse incomodo en aquel baño de sangre. Quitó e tapón y dejó que el agua se evadiera por el sumidero. Luego se duchó para limpiar el rojo carmesí de su piel, se secó y se miró al espejo. Estaba muy pálido; con grandes ojeras, la piel flácida y los labios morados. En las muñecas estaban los dos cortes limpios que se hizo con la cuchilla, pero éstos ya no sangraban. Confuso, se puso el albornoz y se acostó en su cama. Quizás esto tarda más de lo que pensaba.

Al despertar ya casi había oscurecido. Al principio pensó que habría hecho algo mal; pero la bañera se llenó de sangre; con toda su sangre. Volvió al baño y se hizo un nuevo corte; esta vez, no sangró. Abandonó su intento de suicidio y se fue a la cocina para comer algo. Notaba un vacío en el estomago, pero apenas tenía hambre. Abrió la nevera y nada de lo que había allí le aumentó el apetito. Cogió unos embutidos y se preparó un sándwich, pero cuando se lo llevó a la boca sintió nauseas. Pues moriré de inanición, pensó.

Durante toda la noche estuvo rondando por la casa. No tenía sueño, se sentía agotado; pero aun así, no tenía sueño. Estaba inquieto; deseaba hacer algo, pero no sabía qué. Cuando estuvo a punto de asomar el sol, el sueño se el echó encima. Bajó la persiana y se entregó a él.

Despertó justo antes del anochecer, y el sol del ocaso le irritaba tanto los ojos que tuvo que hacer uso de unas gafas de sol. Volvió a la cocina, y el estomago le reprochó con nauseas el estar allí. Volvió a deambular por la casa como hizo la noche anterior pensando el motivo de que siguiera vivo. Quizás he muerto y soy un fantasma. Qué otra explicación puede haber si no. Pero desesperado, cogió las llaves y salió de la casa para tomar el aire.

Ya estaba bien entrada la madrugada y no había gente por la calla. El aire nocturno era fresco y renovador. Se sintió un poco mejor rondando por la calle, pero su apetito iba en aumento, y su aversión por la comida acrecentaba.

Escuchó unos pasos apresurados yendo en dirección hacia él. De entre la oscuridad, asomó una joven con un vestido de noche. Pensó que habría salido de alguna fiesta bruscamente, pues no llevaba abrigo. Sin darse cuenta, comenzó a caminar hacia ella. Se sentía muy atraído; casi, como un enorme deseo de poseerla. La muchacha lo miro asustada, apretó el paso e intentó alejarse de Asier; pero éste la cogió por el brazo –tanto para sorpresa de ella como de él-. Intentó besarla, pero pronto descubrió que no era eso lo que deseaba. Los golpes que le asestaba la chica parecían no tener efecto en él. Volvió a dirigir su boca hacia ella, pero esta vez, la muchacha gritó. Asier la agarró fuertemente por el pelo levantando su cabeza y mordió con brutalidad en su garganta.

El grito se ahogo entre su boca, y él notó que la sangre que emanaba de la herida de la chica le resultaba de un gusto exquisito. Apretó su boca contra el cuello, y sació su hambre con el cálido flujo de su sangre.

Cuando terminó, la chica había empalidecido terriblemente y dejó de respirar al instante que él retiró su boca de la herida. Asier ahora tenía un color cálido en la piel. Se sentía vigoroso y completo. Y fue en ese momento; justo en ese mismo instante, cuando descubrió en lo que se había convertido.

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