El Curso de las Brujas

Aquel fin de semana lo pasarían solos los hermanos Simó. Sus padres se iban a pasar un romántico fin de semana a Belmonte; y suponiendo que la hija mayor sabría cuidar de los demás, se fueron despreocupados. La mayor se llamaba Elisa; tenía diecinueve años, era la más responsable de los hermanos y también la más mandona. A ésta le seguía Aarón con dos años menos. Él era osado, travieso y siempre gustoso de irritar a sus hermanas. Con otros dos meticulosos años de diferencia estaba Paula; tenía unos kilitos de más, y siempre era obediente y trabajadora. Y el más pequeño, con sólo siete años, era Ciro. El ojito derecho de su mamá.

Aquella fría tarde de invierno, cuando faltaban pocas horas para el anochecer, llamaron a la puerta de la casa. Aarón estaba jugando con el pequeño Ciro a un juego de tablero, mientras Paula asaba castañas en la chimenea y Elisa leía un libro. Todos se quedaron mirando a la hermana mayor, esperando ver que ordenaba. Ella les miro por encima del libro y les dijo:

-Mamá dijo que no le abriéramos a nadie.
-Ya –dijo Aarón-, pero ¿y si son papá y mamá?

Elisa aguardó un momento en silencio mientras pensaba que es lo que debería hacer. En ese momento volvieron a llamar a la puerta, esta vez, con más fuerza.

-Son ellos. Se le habrá olvidado algo. Sino, no serian tan pesados. –Insistió Aarón.

Elisa se puso en pie y atravesó el patio hacia la puerta. Cuando estaba a sólo unos pasos, preguntó quién era. Una voz de mujer, estropeada y cansada, pero muy amable, como la de una viejecita, dijo a través de la puerta:

-Soy la señora Gardenia, amiga de tu madre.
-Perdone, pero no la conozco.

Hubo un momento de silencio.

-Vivo más allá del mercado, hace tiempo que no veo a tu madre y he venido para saludarla.
-Lo siento, señora Gardenia. Mi madre se fue. No volverá hasta el lunes.
-Oh, que pena. Me ha costado mucho venir hasta aquí. Ya estoy viejecita. –Dijo con una risilla aguda.- ¿Me podrías abrir y dejar que descanse un poco antes de volver? Necesito reponer un poquito las fuerzas.

Elisa miró atrás y vio a sus hermanos asomados en la ventana; intentando enterarse de lo que ocurría. Ella, haciendo lo que creía más correcto, pues no podía dejar a una pobre anciana así, le abrió la puerta.

Una mano arrugada, de dedos largos y uñas menoscabadas empujó la puerta. La anciana encorvada entró rápidamente y a ésta le siguieron otras dos. La última cerró la puerta tras de sí y se quedó mirando con una maliciosa sonrisa a Elisa mientras que las otras dos se dirigían rápidamente hacia la casa.

Vestían con harapos oscuros y parecían bastante sucias. Su tez era pálida y amarillenta; de ojos negros y profundos, y dientes pútridos. La que se hacia llamar Gardenia tenía el pelo como si fuesen finísimas ramas negras y canosas; mientras que el de las otras dos era enmarañado y áspero. Lo único que pudo hacer Elisa fue quedase horrorizada contemplando aquellas birrias de mujeres. Estaba completamente paralizada; incapaz de correr o gritar, mientras aquella espantosa mujer vestida de marrón oscuro le agarraba por el pelo y la llevaba a rastras hasta la casa.

Gardenia se calentaba las manos en el fuego mientras la otra intrusa arrinconaba a los jóvenes en un sofá. Entró la tercera vieja y echó a Elisa encima de los hermanos. Los cuatro se quedaron abrazos y llorando mientras las miraban. Aarón se levantó y les gritó que se marcharan. Pero la vieja le escupió en la cara y él, horrorizado, volvió a sentarse junto a sus hermanos, sin ni siquiera tener valor de limpiarse. De ello se encargó Paula, indignada por la ofensa a su hermano.

-Gardenia, nosotras también tenemos frio. Deja que también nos calentemos. –Dijo la vieja de marrón.
-Ya tendrás tu turno, Abelia. Ve a revisar la casa.

Abelia hizo una desagradable mueca y salió por la puerta que daba a la cocina. La vieja de marrón los miraba minuciosamente sin dejar de sonreír.

-Gardenia, mira esta de aquí. –Dijo señalando a Paula.- ¡Está gordita! ¡Oh, Gardenia, mírala!

Gardenia se rió con seniles carcajadas, mientras la vieja le pellizcaba las mejillas a Paula. Luego entró Abelia con una olla y varios utensilios, colocándolos todos junto a la chimenea. Gardenia cogió las castañas que había en el fuego y se dio la vuelta.

-Toma Dalia. No te las comas todas.

Ésta las cogió y comenzó a pelarlas con aquellas decrepitas manos. Cuando la había pelado, se la llevó a la boca con los dedos ennegrecidos, mirando a los hermanos masticando y sonriendo a la vez. Un hilo de saliva corría por la comisura de sus labios; cosa que casi hizo vomitar a Paula. Las otras dos colocaban la olla e iban echando aderezos dentro de ella.

Nos comerán. Pensó Ciro.


Gardenia sacaba yerbas y mugre de un saco de tela, y los iba echando en la olla. Mientras tanto, Abelia registraba los muebles de la casa y Dalia vigilaba a los chicos. Elisa rodeaba a sus hermanos con el brazo y ellos se aferraban a éste con las manos temblorosas.

-Trae a la grande. –Dijo Gardenia.

Dalia cogió a Elisa por el pelo y la arrastró hasta la chimenea. Aarón y Paula se levantaron para ayudarla, pero Gardenia se volvió hacia ellos emitiendo un gruñido y siseando como una alimaña. Ellos volvieron a sentarse en el sofá abrazando a Ciro y llorando.

-¡Abelia, ven ya!

Ésta entró aprisa, y sin aparta la vista de los niños que estaban en el sofá, se dirigió hacia Gardenia.

-Vigilaros mientras apañamos a ésta. ¡Que no se muevan, Abelia!

Abelia asintió con la cabeza y se colocó delante de los niños.
-¡Chitón! –Les gritó.

Dalia agarró a Elisa por el cuello y le abrió la boca. Gardenia sacó la olla candente de la chimenea y vertió el contenido en la boca de la muchacha. La hicieron tragar todo el contenido. Dalia la sujetó durante un rato y cuando cesaron los espasmos la devolvió al sofá.

-Ésta ya no da problemas. –Dijo Gardenia.

Elisa estaba como sumergida en un profundo trance. Tenía los ojos en blanco y le caía un líquido negruzco por la babilla. Paula intentó reanimarla, pero ella no respondía a ninguna señal.

-Niño, -dijo Gardenia señalando a Aarón- ven aquí.

Aarón se mostró reacio a levantarse, pero Dalia que se encontraba frente a él, le agarró del pelo y lo tiro a los pies de Gardenia. Ésta cogió una cuerda y le ató las manos tan fuerte que se le pusieron los dedos morados. Luego lo arrastró hasta la puerta que daba al patio –pues era de hierro- y lo dejó allí atado.

-Abelia, llévate a esa niña gorda a la cocina y que prepare algo suculento. –Gardenia esbozó una picara sonrisa y Abelia le devolvió la misma sonrisa de complicidad.
-Gardenia –Dijo Dalia mirando al pequeño Ciro que no dejaba de sollozar-, ¿Qué hacemos con este niño tan bonito? Seguro que es el cariñito de mamá ¿Verdad? –Dijo burlescamente, y Gardenia, como si ahora fuese una niña traviesa, se acercó ávidamente hasta donde estaba Ciro y comenzó a pellizcarle las mejillas hasta ponérselas rojas.

Ciro rompió en un terrible llanto, y Gardenia, aburrida ya del crio, lo agarró por el brazo y lo metió dentro de un viejo baúl de madera; donde se guardaban los manteles de la mesa.


Aarón, que seguía atado a la puerta, vio por una pequeña grieta en el cristal que ya había oscurecido. Al cabo de un rato, se encendió la luz del patio y vio como Paula salía fuera. Justo detrás vio que la bruja le decía algo. No pudo escuchar que hablaban, pero súbitamente, la vieja le señalo el sumidero que había justo en el centro del patio. Lo señalaba con el dedo, como indicándole que se asomara. Cuando Paula se agachó, sin despagar la vista del sumidero, la bruja cogió un hacha que estaba junto a la puerta –seguramente lo colocó ella misma allí- y le asestó un fuerte golpe en la nuca. La cabeza de Paula rodó unos centímetros y el cuerpo comenzó a temblar. Aarón gritó con todas sus fuerzas e intentó liberarse de la cuerda que lo aprisionaba. Gardenia y Dalia se acercaron a él, y comenzaron a darle patadas hasta ahogar su grito.

Ciro estaba paralizado del miedo, sin fuerzas siquiera para llorar. Se quedó encogido con el pulgar metido en la boca –igual que hacía años atrás- y allí quedó sin dar un ruido.

Cuando despertó –o se recuperó del desmayo- Ciro levantó la cabeza con cuidado y se golpeó contra algo. El baúl, pensó. No fue un sueño, estaba allí dentro; y fueron unas horrorosas brujas quienes lo metieron allí. Para cerciorarse, hizo fuerza contra la tapa y consiguió levantarla un poco. Pudo ver a su hermana Elisa en el sofá muy enferma, y a Aarón tirado en el suelo junto a la puerta. Las tres viejas estaban sentadas a la mesa comiendo como animales. En ese momento, una de las brujas –la que se hacía llamar Gardenia- miró hacia atrás y miró a los ojos del niño. Éste cerró la tapa de golpe y se acurrucó en el fondo. Cesó el ruido en la mesa y se escuchó los pasos que se acercaban a él. Todo volvió a quedar en silencio y de repente, un fuerte golpe se escuchó encima de él. Gritó de miedo e intentó salir, pero esta vez no pudo.

Gardenia había colocado uno de los pesados troncos para la chimenea encima del baúl. Luego volvió a la mesa; donde se encontraban los restos de la pobre Paula mutilados y cocinados.

-¿Dónde iremos ahora? –Dijo Abelia.
-Seguiremos hacia el norte. –Respondió Gardenia. Nos iremos antes del amanecer.
-Pero yo les escuché por la chimenea, Gardenia. No vienen hasta el lunes. –Dijo Dalia.
-Pero podría venir alguien. Algún familiar a ver como están. ¡Así que nos iremos!
Dalia arrugó la cara y se llevó otro trozo de carne a la boca. Siguieron saciando su diabólica gula y acto seguido se durmieron sobre la mesa.


A la mañana siguiente –unas horas antes del alba-, Gardenia despertó a las otras dos. Se dirigió hacia Aarón y le introdujo una cucharada de poción que llevaba en el bolsillo. Luego lo desataron y lo colocaron sobre la mesa.
Elisa seguía en trance y no le prestaron más atención. Gardenia extrajo un viejo saco de su faldón e introdujo en él al pobre niño que dormía en el baúl.

A la mañana siguiente, como bien predijo Gardenia, llamó a la puerta un tío de ellos. Como nadie respondía, llamó a la Policía y descubrieron en el salón de la casa a la hermana mayor en coma –debido al fuerte shock, como se dijo posteriormente-, a Aarón sentado en la mesa; y los restos de Paula sobre ésta. El caso fue conocido como La Locura del Hermano Caníbal; que devoró a su hermana pequeña delante de los otros –por lo que la mayor quedó sumida en coma y el pequeño se dice que huyó aterrado, y caería seguramente en algún arroyo.

De la gran diversidad de casos parecidos que hubo, jamás se relacionaron entre sí. Y mientras la gente creía, que las familias caían en inexplicables desgracias; tres ancianas se arrastraban por las calles, trepaban por los tejados y llamaban de puerta en puerta difundiendo la miseria.

No hay comentarios: