La Aljibe

Aquel verano de 1953 el padre de Elías compró una tortuga. La dejaba andar libremente por el patio de la casa, y le hizo un pequeño estanque donde pudiese nadar a sus anchas. Era un ejemplar generoso: del tamaño de un casco militar –pero algo más achatado-. Cuando se le daba de comer; abría lentamente su enorme boca (que parecía tener un pico en la parte superior) y luego la cerraba con fuerza.

A Elías le daba miedo aquella tortuga. Tenía un aspecto aterrador; similar al de un dinosaurio extinto capaz de devorarlo. Así que un día que su padre salió a la plaza; éste fue en busca de la tortuga, la cogió por detrás y la llevó corriendo hasta la entrada de la casa. Junto a la puerta principal había un pequeño portón –de no más de un metro-, perteneciente al depósito de una aljibe. Para quién no esté familiarizado con este término, le diré que se trata de una cámara semi-subterránea que almacena el agua de la lluvia. Antiguamente era uno de los medios más comunes para disponer de agua potable en las casas. Pero ahora está en desuso y el agua que contiene suele estar putrefacta. Ése era el caso aquella aljibe. Era una cámara ancha y profunda de varios metros de largo. El agua olía mal, las pareces estaban llenas de cal y mugre; el techo estaba enmohecido y cubierto de telarañas.

Elías soltó la tortuga en el agua y observó como se hundía. No podría aguantar viva allí mucho tiempo. Acabaría debilitándose y se ahogaría.
Cerró la puerta de la aljibe y corrió dentro de la casa.
Cuando llegó su padre y vio que no estaba el animal por ninguna parte; lo achacó a que se habría escapado al estar la puerta abierta, o lo mismo se habría enterrado –como escuchó que hacen algunas especies de tortugas-.
Nunca más se volvió a saber de ella.

Una mañana, cuando la madre de Elías se levantó para preparar el desayuno; se encontró con dos hombres de aspecto tosco en el salón. Ésta gritó y despertó al resto de la familia que bajó precípitemente. Uno de los intrusos empuñaba un trabuco con el que apuntaba a la mujer. Les ordenaron que se sentaran en las sillas que había junto a la mesa, y con una cuerda fueron atándolos uno por uno.

Elías fue el último en bajar, y cuando vio a los asaltantes, huyó hacia antes de que lo atraparan. Salió a la calle, pero en vez de correr en busca de ayuda; el pánico le hizo esconderse dentro de la aljibe. Escuchó al hombre salir corriendo y a los pocos minutos volvió a la casa. Él quedó en silencio temeroso de que lo descubrieran.

Un haz de luz entraba por la rendija de la puerta iluminando la superficie del agua, y ésta, a su vez reflejaba una tenue luz en las paredes y el techo. El agua tenía un tacto suave por la podredumbre que había allí. Como si todas las partículas de suciedad se hubiesen disuelto con el agua y aquello hubiese dado como resultado aquel liquido suave y algo espeso. Las paredes tenían una fina capa mohosa, que al tocarla tenia un tacto frío y pastoso. El olor húmedo y rancio le hacia constantemente arrugar la nariz; como si de aquella forma pudiese evitar inhalarlo.

Para no tener que estar manteniéndose a flote; apoyaba sus brazos en el saliente que había en la puerta. Y permanecía en silencio a la espera de oír cuando se alejaban los intrusos. Pero en aquel silencio; escuchó algo sumergirse tras de sí. Se volvió rápidamente sobresaltado por aquel ruido; pero no pudo ver nada. Un “Ay” se escurrió entre sus labios. Estaba aterrado por lo que pudiese haber bajo el agua. Volvió a dirigir su mirada hacia la puerta y volvió a quedar en silencio. Pero otra vez el mismo ruido le hizo sobresaltarse. Al estar enfrente de la puerta tapando la poca luz que entraba, no podía ver lo que había tras de sí. Nadó unos metros hacia el interior de la cámara, apartándose de la puerta y dejando entrar la luz por la rendija; con la esperanza de poder ver qué era lo que producía aquel ruido.

Seguramente una gotera, pensó.

Pasados unos minutos, cuando se cansó de nadar y se volvió a dirigir hasta la puerta; pudo ver una pequeña joroba en la superficie del agua, y sumergirse bruscamente cuando éste nadó hacia allí. Se le hizo un nudo en la garganta y detuvo su avance. Era la tortuga. Creía que estaría muerta; pero se encontraba nadando a su alrededor. Intentó serenarse, se decía a sí mismo que era solo un pequeño animal; muy pequeño, inofensivo… Súbitamente algo le pellizco con fuerza en la pierna. ¡La tortuga le acababa de morder! Nadó todo lo aprisa que pudo hasta la puerta e intentó abrirla: pero ésta no cedió. Gritó pidiendo auxilio: pero afuera no había nadie. La calle estaba vacía y la casa silenciosa. Era de día, todo estaba bañado por el sol y mecido por la brisa de la mañana. Pero allí se encontraba a oscuras; con frio, cansado y al borde de un ataque de nervios.

Intentó sacar su cuerpo todo lo que pudo del agua con la ayuda del saliente de la puerta. Consiguió emerger su cuerpo hasta la altura de las rodillas, pero otro mordisco le hizo perder fuerzas y cayó golpeándose el mentón con el saliente. Intentando hacer caso omiso del dolor; y volvió a intentar salir del agua. Nuevamente la tortuga le mordió, pero esta vez no soltó a su presa. Notó el pico de aquella boca incrustarse en su gemelo derecho, y cómo ésta le empujaba hacia abajo. Elías le golpeaba con la otra pierna y conseguía liberarse de la bestia; pero la tortuga volvía a morderle una y otra vez. Llegó el momento que tenia las piernas tan lastimadas que apenas podía defenderse. Intentó escapar nadando por toda la cámara; pero estaba demasiado exhausto como para nadar con suficiente rapidez, y demasiado magullado para defenderse.

Todo esto era culpa suya. Fue cruel con aquel animal y ahora estaba pagaba por lo que le hizo. ¡Ojala nunca la hubiese echado a la aljibe!

La tortuga volvía a morderle y sumergirle. Las fuerzas le abandonaron y ya no pudo evitar que ésta lo arrástrala hasta el fondo. Allí abajo todo estaba oscuro; sólo se veía una fina capa de luz blanquecina en la superficie. El dolor de las mordeduras fue decreciendo al igual que lo iba haciendo el aire. Los histéricos latidos de su corazón se suavizaron, y relajó sus brazos para ser mecidos por la suavidad del agua. El suelo fangoso ahora le resultaba incluso agradable. Suave y fresco. Un buen sitió para resguardarse del calor veraniego.

Elías… despierta.

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