Crónica de un ser herido

Habéis quemado la tierra que con tanto trabajo cultivé. Me habéis robado, torturado e incluso violasteis a mi mujer. Os habéis llevado a mis hijos para venderlos como esclavos, y a cambio, me habéis dejado un futuro hijo bastardo.
La cosecha quemada, el hogar destrozado; fraguasteis en mis recuerdos el sopor de vuestros actos violentos.

(No hubo venganza; tampoco la busqué)

Ahora, mi alimento son las cenizas de vuestra cosecha. Recordad, la que dejasteis en mi casa a cambio de vuestra mala conciencia. Mi hijo no se parece a mí –tampoco a ella-, pero me recuerda a dos niños que jugaban junto a la chimenea.

(No hubo venganza y tampoco la busqué)

El tiempo cicatriza las heridas, pero vuestros recuerdos las supuran una y otra vez. Perdono a mi hijo por no ser mío, y le doctrino en todo lo que vosotros jamás habéis aprendido. A mi mujer la colmo ahora con cariño, pues que ciego estuve, e hizo falta que me la robaran para saber realmente cuánto la amaba.

(No hubo venganza; tampoco la deseé)

Las cenizas se disipan y la hierba vuelve a florecer. Mi hijo me llama padre, y se hincha de orgullo todo mi ser. Las paredes de mi casa vuelven a ser blancas; el sol nos calienta otra vez; mis heridas ya se van cerrando, pues vuestros recuerdos ya no tienen un extremo tan afilado.
Marchitado ya el odio con el que me envenenasteis, siento que soy libre de nuevo. Ya no hay ascuas escondidas ni manchas de sangre a la vista. De esta forma me dejé caer sobre la hierba y recordé ante mi asombro –pues qué fácil resulta ignorarlo-, que hay un cielo azul e inmenso sobre nosotros.

(No hubo venganza, ¿para qué?)

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