Que vida tan larga

Iba a empezar presentándome, pero ya no me acuerdo de ni como me llamo. Últimamente me llaman Aleco… no se qué. Nací en el año 600, o por ahí, de esta era, y morí el 650 –más o menos-. No. No soy ningún vampiro o fantasma ni ninguna criatura mística. Soy como todos; nacemos, morimos y nos mandan a un lugar muy bonito con todo limpísimo donde uno puede ir a sus anchas por donde quiera. Bueno, eso si has obedecido las normas, sino, te mandan con Pedro. Tiene bastante mala fama, pero no es tan hijo puta como dicen; a mi me cae bien. He jugado unas cuantas veces con él y los colegas a las cartas. Bueno no, miento –últimamente le he cogido el gustillo-, un poco mamoncete sí que es; que siempre tiene más cartas debajo de las mangas que en la baraja. Pero fuera eso, ná… cuatro cosillas. Lo que pasa que como fue el primero en estar hasta la polla de tanto “no hagas eso…”, “no te lo comas todo…”, “no pises la hierba…”, “no te mires tanto al espejo…”, “dejara…” “…a él también”… que en fin, uno se cansa y se crea esa fama. El Jefe lo echó a ese sitio que está tan lleno de mierda por allí abajo, donde iban a hacer las casas esas de protección oficial pero que se quedaron sin presupuesto. Además, había problemas con la calefacción; el listo que mandaron instalarla lo hizo mal y llevan no sé cuanto tiempo sin saber como se apaga.

¿Por dónde iba? Qué bueno está este porro… Pues eso, que cuando los compañeros vieron que Pedro había apañado un poco todo aquello; con guateque y todo, y que había montado una destilería donde iba a ir el taller de túnicas, la gente empezó a decirle al Jefe: “Oye, ¿Por qué no ponemos una cosa de esas aquí?, “¿Por qué sólo podemos beber vino después del sermón?, que está muy bueno…”, “¿Qué es lo que se hace con la mano? Enséñanos… no seas así”. Que bueno, los mandó a todos con él. Pero el Jefe, que es muy regomelloso, le mandó una chavala a Pedro para que se embriagara del buen alma de ésta chica y así desease volver al camino recto y regresar a casa. Pero la chavala no pilló muy bien eso de recto por lo visto porque se lió con él, y claro, le gustó tanto que quiso repetir. Pedro se enamoró de ella y empezó a comportarse un poco, pero luego la lagarta esa le puso los cuernos con casi todos los que había allí abajo. Pilló un mosqueo… se hinchó de darle hostias a todos los que estaban allí y luego fue a ver al Jefe y a decirle que si por qué le había mandado una guarra…, que por qué cojones le tenían que salir cuernos sólo a él…, que como le mandara más gente les metía fuego a todos… Y bueno, eso, estuvo encabronado un tiempecillo pero luego se cansó; y es que dar hostias todo el santo día cansa una barbaridad.

¿Por dónde iba? Ah, ya me acuerdo. Que yo me morí, me fui a donde me mandaron, me miraron los papeles, me pusieron un sello y me dijeron que podía pasar. Pero a muchos no los dejaban; los metían en unas furgonetas que tenían allí y hala, a los barrios bajos. No decían a tomar por culo, pero ponían la cara. Luego había otros que intentaban colarse, pero tampoco; iban los guardas estos, los agarraban en la frontera y los arremetían en la furgoneta. Y para abajo…

A mí aquello me pareció muy bonito. No veías ningún papel tirado en el suelo, y las fachadas de los edificios siempre tan relucientes. La gente te decía buenos días (porque allí siempre es de día) y te enseñaban una sonrisita así como forzada, y es que… que coño, te entran unos calambres en la cara de tener todo el día la boca estirazada… Que por cierto, no sé si lo he dicho, una norma era sonreírle siempre al prójimo. El primer día de estar allí te daban un manual de normas que ni que fueras a opositar para correos; te lo tenías que leer acostado. Tardé no sé cuantos años en leérmelo entero; y memorizarlo ya ni os cuento, ¿para que? Y es que si en la Tierra hay normas, allí hay más; pues claro, todo tiene que estar de punta en blanco y chitón al que se queje. O chitón o a los suburbios; con Pedro. Bueno, eso era antes. Ahora están los dos un poco picados a ver quién recluta más gente.

Es por el rollo de tanta norma, que después de no sé cuanto tiempo empecé a juntarme con los plebeyos de allí abajo… y es que aquello crea estrés. Hice buenas migas, me presentaron a Pedro, jugábamos a las cartas o no íbamos de copichuelas. Siempre cosillas así, tampoco nos pasábamos. Pero un día descubrió el Jefe que me bajaba a los suburbios a jugar a las cartas y eso. Por lo menos, por aquel entonces no me iba de putas, pero bueno, se enfadó mucho. Me dijo:

-¿Qué voy a hacer contigo… tú?

Y yo:

-Pero si yo no estaba haciendo nada malo. Sólo bajé para llevarles unos cuantos libros de salmos y eso…

Y Él:

-Pero hijo, ¿no ves que yo lo puedo ver todo?

A lo que le respondí:

-No, si ya… tienes más cámaras aquí que ni el Gran Hermano –No sé si lo he dicho, pero a CaPedro hay una tele a color, de plasma, muy chula…
Y me dice:
-¿Tú a qué te dedicabas cuando estabas en la Tierra?
-Pues no me acuerdo ya… -Y no me acordaba.
-Me parece que te voy a mandar otra vez allí. –Me dijo- Una reencarnación es lo que te hace falta… y a ver como te portas. –Me quedé flipando.

Total, que como eran unos mesecillos de prueba no me endilgaron el paquete completo. Osea, volver a nacer, volver al colegio, aprenderlo todo otra vez… no. Si hubiese sido eso le habría dicho allí mismo que me desahuciara y que me mandara a los suburbios. Pero bueno, me pusieron un cuerpo de prueba, con un nombre nuevo (muy feo por cierto, pero es que no lo recuerdo, Atade… no sé qué), y una cara de panoli que echaba para atrás. También me enseñaron el cambio monetario y un poco en lo que consistiría mi trabajo en la Tierra: cocinar unos bocadillos de carne triturada que iban en unos bollos redondos. Me pusieron en unos apartamentos un poco hechos polvo en un barrio que me recordaba a los suburbios y me dieron un poco de calderilla para ir tirando.

Nada más llegar a la Tierra unos tíos me dieron una paliza y me quitaron el dinero y los zapatos. Cuando llegué al apartamento que me asignaron olía como si alguien se hubiese meado allí, pero no sabía dónde exactamente. Luego el curro, una mierda. Mis compañeros parecían subnormales, pero fanfarroneaban de ser universitarios (gente rara). La comida daba asco, pero a la gente les gustaba. Y tener que tratar con los clientes era lo que más me exasperaba. Nunca antes hubiese deseado meterle a alguien la cabeza en una freidora.

Pasaron más cosas, pero no me acuerdo de todas. Recuerdo que llegó un día que me harté (aflojé) y llamé al curro para decir que estaba enfermo (mentí). Luego me fui a una calle del barrio que se llamaba “Moulin Rouge” (de putas) y fui a un espectáculo que se llamaba “Agarré el alarga pene y me fui a ver a Irene” (jojojo); la gracia del espectáculo era que el alarga pene era comunitario… Irene también. No. No os creáis, con el alarga pene te daban unas funditas individuales muy higiénicas… con Irene también las daban.

Pero… ¿Por dónde iba? ¡Ah, ya! Pero eso no lo cuento. Después de aquello no volví a hacer el mismo. Seguí yendo al curro, pero no por mucho tiempo. Uno de los compañeros me enseñó lo que eran los cigarrillos aliñados. ¡Eso sí que estaba bueno! Luego descubrí un bar –en el que pasé más tiempo allí que en cualquier otro lado- que tenía más bebidas alcohólicas que agua tiene el mar. Joder, si me tuviese que volver a bautizar, lo haría en ese bar. Me seguí yendo de “señoritas” y cuando empezó a faltarme dinero aprendí que era muy fácil hacerse con el ajeno.

Y bueno, siguió pasando el tiempo y me fui hartando un poco de estar todo el día en la Tierra. Tiene muchas desventajas; que si tienes que dormir, que si mantenerte con vida, que si te tienes que lavar, ¡afeitarte! Joder, no se le puede pedir eso a un tío que lleva mil quinientos años sin afeitarse, parecía Freddy Krueger. En fin, que pensé; para la mierda que estoy haciendo aquí, mejor la hago allí y me sale gratis. Me pillé un par de pistolas y una escopeta e hice lo que había visto en una película en el bar. Me fui al restaurante de la carne picada y me lie a pegarle tiros a todo el mundo. Luego llegaron los policías, y dijeron ¡Alto! ¡Suelte las armas! A lo que les respondí pegando tiros y claro… me mataron. Diría que vaya mamones, pero es que era básicamente lo que quería. Así que nada. Volví para arriba, me miraron los papeles, el guarda chasqueó la lengua y me dijo que no iba a poder ser. Me arremetieron en la furgoneta y me llevaron a los suburbios. Allí estaba Pedro que se partió el culo al verme. Me enseñó cuál iba a ser mi nuevo apartamento –uno casi igual al que me dieron en la Tierra- y que me dijo que me tocaba barrer las escaleras del bloque los viernes.

Y eso fue todo. Se que es poco para una vida tan larga, pero es que no hay nada más que merezca la pena contar. Casi todo lo interesante les ocurrió a los demás; pero eso que lo cuenten ellos. Moraleja tampoco tengo, no la busques. No sé ni para qué lo cuento, por matar el tiempo supongo.

Ahora, ya se por dónde iba: dejando esto a un lado que he quedado con los amigos para ir a tomar unos cubatillas y pasar la noche con buena compañía.
Nos vemos.

No hay comentarios: