Cambio de Dirección

Stanley iba camino de Brasil en el transatlántico Triggered, cuando una tormenta hizo zozobrar el barco en mitad de ninguna parte. La muerte le anegó los pulmones y zarandeó con terrible violencia. Milagrosamente, consiguió resistir a tan temibles vapuleos de las colosales y embravecidas aguas del Atlántico y ser arrastrado por éstas –también sus salvadoras- hacia una serena isla desierta escondida entre las mareas.


Al despertar, igual que la persona que ha de acostumbrarse a mirar sin sus lentes, Stanley observó lo que vendría a ser un punto y aparte en su vida.

Lo que en la mesa de su oficina sería un paraíso tropical, él lo veía ahora como un destierro de la humanidad. Un lugar inhóspito y salvaje, donde tendría que aprender a sobrevivir –o mal vivir, pues el tren de vida que estaba acostumbrado a llevar había descarrilado- y hacerle frente al peor enemigo de cualquier ser humano; uno mismo.

Cuando logró aceptar esto, la supervivencia se hizo más llevadera. Aunque no fue camino fácil el llegar hasta este punto; tan sólo unos cuantos años sin ser contados. La escaza comida compuesta por la poca diversidad de frutos de la isla y algún pescado ocasional, pasó de degradante a tolerable. El día abrazador y la gélida noche se convirtieron en el amén de todos los días. Su ocio, tuvo que menguar de televisión, lectura, juegos de mesa a coleccionar piedras y conchas. Y sus oraciones diarias, estaban dedicadas al recuerdo y la añoranza.

Una mañana, el sonido de las olas trajo consigo algo que resultaba perturbador pero familiar.
Stanley salió de su lecho de hojas secas y corrió velozmente hasta la orilla. A lo lejos vio como un barco mercante se acercaba por el horizonte. Tan sólo tendría que encender la montaña de hojas y ramas verdes que tenía preparada, y su grito de auxilio se levantaría en una gran columna de humo.

El júbilo y la excitación no cabían dentro de él. Apenas tenía el suficiente pulso como para encender la hoguera. Pero tampoco podía apartar la mirada del barco. Su sonrisa se fue desdibujando lentamente, y su pulso menguando. El barco cobró otra forma; y no era la de un ángel salvador, sino la de un mundo lascivo que volvía para reclamarlo en su lugar. Y éste traía consigo, todos los infortunios de la civilización; la sumisión del reloj, las clases sociales, la decadencia de la fortuna, la sobre información, la impudicia de las modas, los juicios de valor prefabricados, pensamientos racionales inculcados –como es la necesidad de una hipoteca, un vehículo, una tecnología disparatada...-, disparates. Disparates variados de un mundo cada vez menos humano.

Por otro lado, echaría de menos tantísimas comodidades: el protegido hogar, la asistencia sanitaria, la interacción con otro ser humano, las comidas…
Durante un instante tuvo miedo. Se sintió perturbado y fuera de lugar. Extraños sentimientos para un hombre abandonado, mas no eran del todo inapropiados. Nada de eso; pues él sabía bien lo que quería.


El barco cruzaba ya bastante cerca de la isla. Stanley lo volvió a mirar, y se agazapó entre los matorrales.

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