Eau de Foullè

“Este relato está dedicado a todos los anuncios de colonia y desodorantes varoniles”.


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Fans News, Clasificados (Empleo), pág. 82.

PRESTIGIOSA EMPRESA DEDICADA A LOS COSMETICOS NECESITA GENTE PARA PROBAR SUS PRODUCTOS. BUEN SUELDO MÁS INCENTIVOS.INTERESADOS DEJAR C.V CON FOTO EN EL APARTADO: 19841.


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Querube´s, S.A.

Abelardo, o “El Lagaña”, como era conocido en el barrio por su carencia de atractivo; había recibido respuesta a una oferta de empleo en el periódico. La entidad resultó ser Querube´s, S.A. Una prestigiosa empresa de cosméticos dedicada exclusivamente a la fragancia del género masculino.

Durante una larga espera en la sala de estar, ojeando una revista de moda que lo puso tibio con más de una foto, Abe –para los amigos, si los tuviera- fue conducido hasta una resplandeciente habitación repleta de cachivaches que jamás hubiese sabido identificar. En ésta se encontraban varios individuos con batas inmaculadas que fijaron toda su atención en el muchacho cuando éste entró por la puerta.

-Es perfecto –murmuraban-, ¿has visto que nariz? ¿Qué me dices de su cabello? Parece que se lo hicieron con estropajo. ¿Eso son las costillas? Shhhh, más bajo.

El muchacho ya estaba acostumbrado a todo tipo de comentarios sobre su aspecto físico. No era para menos que le llamaran El Lagaña, pues curiosamente, su aspecto destartalado y peyorativo recordaba a tan roñoso desecho biológico; piel pálida, raquítico, encorvado… Pero siempre era mejor ese desecho que otros peores que se es capaz de segregar.

-Joven, tome asiento, por favor. –Dijo uno de los hombres de bata blanca.

Abe se sentó, y aguardó impaciente la explicación del supuesto empleo.

-Vera, -continuó el mismo hombre- necesitamos un individuo, usted de ajusta perfectamente a los requisitos que buscábamos, para que pruebe durante una semana uno de nuestros productos, y vaya detallando minuciosamente los efectos que ésta vaya causándole.

>El producto en sí, se trata de un perfume que estimula las glándulas femeninas, incrementando las feromonas de ésta de forma que se sienta irremediablemente atraída por el sujeto portador de dicho compuesto. Su cometido, por el que se le pagará generosamente por ello, consiste en frecuentar distintos lugares (bares, discotecas, supermercados, autobuses…) y luego redactarnos un meticuloso informe de los efectos que causa esta colonia en el genero femenino. Así como posibles efectos secundarios como irritación en la piel, malestar general, caída del cabello, o todo lo que vea usted que experimenta.
-¿Y sólo tengo que ponerme la colonia e intentar ligar? –Preguntó Abe arqueando las cejas- ¿Y por eso me pagaran? Wow! no sé…
-Por supuesto, se le dará una prima para cubrir sus gastos nocturnos y demás.
-¡Trato hecho! –Dijo Abe donde un salto de la silla.


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Primera Noche


Abe se vistió con una flamante camisa color frambuesa a la que le había echado el ojo en los saldos, y unos holgados pantalones marca “Lebis”; que aunque le estaban un poco largos, él lo solucionaba poniéndoles grapas en los falsos. Luego se untó el pelo con abundante espuma (sólo 60 cents en los chinos, una ganga) y se lo peinó encarecidamente. Cuando terminó su minucioso -aunque poco esmerado- aseo, cogió el frasco de “Eau de Foullè” y lo examinó con detalle. Poco convencido de los efectos milagrosos del compuesto, se encogió de hombros y se roció cuello, pecho y brazos con el perfume. Un poco empalagoso para su gusto.

Lo cierto es que esperaba algún resultado favorable, pues llevaba ya demasiado tiempo en sequia y estaba deseoso de echar uno bueno; o no tan bueno, la cuestión era echar uno cualquiera, pues tenía el pozo tan lleno que estaban a punto de reventarle los huevos. Y al muchacho, le gustaba reservarse…


Optó por ir a la discoteca. Mucho género distinto donde poder elegir o que lo eligieran por lo menos, y hacer alarde de su famoso baile: El Superstar. Lo llevaba practicando toda la semana para esta ocasión y no habría hembra viva en la tierra que se le pudiera resistir.

Así pues, Abe se dirigió presto hacia la discoteca “El Candelín”. Observó por el camino las reacciones de las mujeres que pasaban a su lado, y no vio ni el menor síntoma de que se interesaran por él. Ni tan siquiera una mirada fugaz.
Al entrar en la discoteca, una chica que había junto a la puerta le sonrió y clavó su mirada en él. Abe exhibió una media sonrisa, imitando a aquellos actores de gran carisma que salían en aquellas viejas películas y caminó hacia la barra con paso vacilante. Un grupo de chicos (bien etiquetados, como diría Abe) desatendieron su compañía femenina para centrar todos sus comentarios y burlas hacia el muchacho. Éste ya estaba acostumbrado a estos elementos y no le costó repudiarlos de su mente casi al instante.

Junto a la barra se encontraba Casandra; la Venus de Milo de “El Candelín”, y la meta inalcanzable de todo hombre que tuviera el providencial infortunio de posar su mirada sobre ella. Abe se sentó a su lado, sin darse ni siquiera cuenta de su presencia, y pidió al camarero una piña colada. Mientras esperaba su copa, volteó su taburete hacia la pista de baile y planeó dónde podría situarse para realizar su tan ensayado baile. Obviamente debería de ser donde más mujeres hubiese, y eso quería decir en el centro de la pista. Pero sus pensamientos fueron cerciorados por un exquisito “hola” que penetró en sus oídos como el canto de una sirena.

-¿Eh? –Atinó a contestar.
-¿No me invitas a una copa? –Le respondió la bella Casandra.
-¡Oh! Claro, me encantaría invitarte a una copa –Dijo con voz herrumbrosa-. ¿Qué bebes?
-Lo mismo que estés bebiendo tú –Respondió Casandra, esta vez con un tono de voz aún más seductor.

Abe la miró con cara de besugo y le contestó imitando a Cary Grant:

-Whisky.

En ese momento el camarero colocó su piña colada frente a él, y Abe, con gran irritación le dijo al camarero:

-¿Esto qué es? ¡Llévese esto inmediatamente! ¡Yo le había pedido un whisky, inepto! ¡Y tráigale lo mismo a la señorita!

El camarero frunció el entrecejo y clavó una mortal mirada a Abe mientras posaba las manos sobre la barra.

-Por favor… -Añadió Abe rápidamente y con tono débil.

Seguidamente el camarero levantó la mirada al cielo y se marchó con la piña colada. Casandra dejó escapar una leve carcajada y asió cariñosamente a Abe por el brazo.

-Que hombretón más admirable.

A lo que Abe no supo responder otra cosa que tragar saliva.

-Oh, basta de formalidades y perder el tiempo tan tontamente –Dijo Casandra-, llévame contigo a dónde quieras. ¡Hazme tuya, Lagaña!
-Mujer, baja un poco la voz. –Le respondió rápidamente.
-No, no, no, no…

Abe miró a su espalda y vio como el grupo de los bien etiquetados lo miraban con la boca abierta y ojos fijos. Eso le proporcionó a Abe la adrenalina necesaria para coger a Casandra por el brazo y salir corriendo de la discoteca.


A la mañana siguiente, no podía creer la noche que acababa de pasar. Se sentía guapo, elegante, sexy… y ahora mismo la mujer más codiciada y hermosa que había llegado a conocer se encontraba envuelta entre sus sabanas. No se creía todavía que todo ello fuese gracias a la colonia. Era increíble… ¡Menuda semana le esperaba!


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Lunes, Martes, Miércoles…

Los siguientes días transcurrieron con mayor éxito que la primera noche del experimento. De haber sido un hombre sensato, habría conservado a Casandra en vez de deshacerse de ella como si fuera ropa sucia, para así poder saciar sus años sequia con toda mujer que le atrajese. Su actitud para con las mujeres era igual que la persona que va a la frutería y tantea escrupulosamente el manjar que se va a llevar a la boca. Pero lo que no podía siquiera imaginar, es que algún día la fruta se volvería contra él.

La sucesora de Casandra fue una chica que conoció en el quiosco a la mañana siguiente cuando fue a comprar el periódico. Aquella misma tarde se encontró en el rellano de su piso con Lucía, su vecina madurita con la que tanto había soñado alguna que otra noche. Al día siguiente tuvo un encuentro con una limpiadora de unos centros comerciales en los servicios de caballeros. Antes de salir del centro comercial tuvo otro tanteo con la dependienta de la joyería. A esto le siguieron una docena más de mujeres hasta la mañana del jueves, cuando, exhausto, tuvo que prescindir de la colonia y dejar descansar el cuerpo.

Se duchó y se acicaló el pelo con delicadeza. Luego se puso bastante desodorante y sacó del armario su antigua colonia. Le invadió una sensación de paz con el olor fresco y suave. Se sentía relajado y tremendamente satisfecho. Era gratificante volver a su vida diaria, pero esta vez, sin ningún vacío en su interior.

Salió de su piso y se dirigió presto hacía el quiosco. Allí se encontró con la chica del lunes y no pudo evitar la curiosidad de saber qué es lo que sentiría ahora ella por él. Se acercó cogió el periódico y le dedicó una amistosa sonrisa a la muchacha. Ella lo miró con los ojos desorbitados y le dijo:

-Estás más guapo que nunca.

Abe se quedó perplejo y no supo hacer otra cosa que levantar el brazo y olerse la axila. No, no olía a “Eau de Foullè”…

-Gracias, esto… Gracias, muchacha. –Respondió con una sonrisa y se fue rápidamente de su lado.

Escuchaba como la chica le llamaba con dulzura y le suplicaba que aguardara un momento, pero él no se volvió, sino que apretó el paso. Entró en un estanco con tal de despistar a la muchacha y compró un paquete de cigarrillos. No sabría qué hacer con ellos, pero en ese momento era el menor de sus problemas. Intentó mantener una charla con el dependiente, que se mostraba apático y distraído, sin otro propósito que el de hacer tiempo. Tras unos minutos de embarazosa charla sobre chicles y sobres, entró la mujer del dependiente. Llevaba unos paquetes de tabaco que fue reponiendo cuidadosamente en la estantería que había justo detrás del hombre. La mujer detuvo un momento su tarea y volvió la cabeza lentamente. Miró con curiosidad a Abe y le sonrió con timidez. El rostro del chico tornó a un pálido desmesurado. Lo cual, parece que hizo que la mujer del estanquero se sintiera aún más atraída y le guiñara un ojo. Abe dio tres torpes pasos hacia atrás, derribando un cartel de un vaquero fumando y agarrándose el paquete, y salió del establecimiento tan aprisa como le permitieron sus pies.

Decidió alterar su rutina del día e ir a comprar ciertos productos de limpieza como: distintos geles de baño, jabones, exfoliantes, desodorantes… Lo cual supuso unos cuantos siniestros coqueteos por parte del personal femenino del supermercado. Corrió hacia su piso, el primero B de la calle Elmo, y se deslizó hacia la bañera, en la que vertió todos los jabones y geles, y se roció el cuerpo a conciencia con ellos. Un par de horas después, con la piel tan roja como un tomate a causa del agua hirviendo y el constante roce de la esponja con su piel; Abe cayó rendido en el sofá y no salió de su piso hasta la mañana siguiente.


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Todo lo que sube, no siempre baja

La ciudad amaneció tan monótona como siempre a las primeras incursiones de los rayos del sol por las calles madrugadoras. Los coches seguían amonestando el asfalto y las tempranas voces de los transeúntes (sin duda, las más molestas de todo el día) interrumpieron el sueño de Abe y le obligaron a dirigirse una vez más hasta la ducha. Tras un largo baño de agua caliente y una breve cabezadita en el retrete, optó por no ponerse ningún tipo de colonia ni desodorante y salió nuevamente a la calle.

Era el tercer día que faltaba a sus clases en la universidad y no podía demorarlo por más tiempo. Se dirigió rápidamente hacia la parada del autobús y logró cogerlo por los pelos. El autobús estaba bastante concurrido y Abe no tuvo más remedio que agarrarse como pudo a la barra y mantener el equilibrio.

Una disimulada mano le acarició suavemente las nalgas. Se giró como una nutria arrancada del agua y miró con ojos estupefactos como una mujer de bastante volumen le sonreía sin despegar la mano de sus nalgas y añadiendo un provocativo “hola”.
Abe se arrastró desesperadamente entre la gente intentando huir de aquella extrovertida mujer, y buscando la puerta de salida como quien busca un retrete en un momento delicado. Pero lo único que consiguió hallar fueron más manos discretas aventurándose en su cuerpo. Soltó sus libros sin preocuparse lo más mínimo por ellos e intentó defenderse con desesperación. Mas lo único que consiguió fue un mayor incremento de excitación en el ambiente y contemplar, estupefacto, como sus pantalones desaparecían entre sus rodillas. Una gran horda de mujeres deseosas de satisfacer ese irremediable apetito que sentían por Abe, se abalanzaron sobre el muchacho haciéndole, lo que para más de uno, hubiese sido un sueño fabuloso. Pero para él, era un yugo, una pesadilla, era heavy metal en un convento de clausura.
En la siguiente parada, Abe consiguió zafarse de sus opresoras y correr calle abajo con los pantalones entre los tobillos y la camisa desmembrada. Al llegar al final de la calle, se detuvo un momento para subirse los pantalones e intentar improvisar algún apañado con la camisa; un estruendo descendió por la calle y observó como el grupo de mujeres había salido tras de él. Abe emprendió de nuevo su frenética huida con pies patizambos y gritos de auxilio, similares a los de un albatros devorado por un tiburón.

En la calle Argumosa divisó como un agente de policía le hacia señas con las manos y le abría una puerta. Estaba salvado.

Se lanzó dentro del coche y éste hizo rachear las ruedas traseras saliendo escupido de la calle. Aprovechó para abrocharse bien los pantalones e introducir la camisa por los pantalones cuando una dulce voz le preguntó:

-¿Se encuentra bien?

Abe levantó lentamente la mirada hacia el agente y contempló como una melena rubia escapaba de la gorra por la parte de atrás.

-No se preocupe. Le pondré a salvo. No se mueva.

Abe obedeció y esperó.

Llegaron a las afueras de la ciudad y la agente detuvo el coche en la cuneta. Apagó el motor y antes de que Abe pudiese reaccionar, la agente se tiró sobre él y lo esposó a la puerta. Después se quitó la gorra liberando su melena dorada y se desabrochó los primeros botones del uniforme mientras lo miraba con ojos juguetones.

-Quedas detenido en nombre de la pasión. –Dijo mientras le arrancaba la camisa y comenzaban nuevamente los gritos de desesperación.


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Atención al Cliente

A un par de horas del anochecer, la Agente del Amor -como ella mismo obligó a Abe que la llamara- se quedó dormida sobre él.

Con gran destreza, y años de practicar recogiendo todo lo que se le caía al suelo cuando estaba en su piso, Abe cogió con los pies los pantalones de la Agente del Amor y consiguió depositarlos junto a sus manos. Tras unos interminables minutos intentando hacerse con las llaves de las esposas del cinturón, y liberarse después de éstas; Abe salió corriendo del coche con toda su ropa entre los brazos aterrado por si oía despertar el motor del coche.

Antes de llegar a la ciudad, se volvió a vestir y aguardó tranquilamente a que la calle quedara libre de la presencia femenina. Se adentró en la ciudad como un ladrón huyendo de las sirenas de la policía y fue avanzando lentamente, con mucho cuidado de no pasar demasiado cerca de ninguna mujer. Cuando se encontraba a pocas calles de su piso escuchó como alguien emprendía la carrera en su dirección. Se volvió sobresaltado y vio como la chica del quiosco se abalanzaba sobre él. Abe abandonó su escondite y emprendió la huida hacia su casa. Escuchó a la chica gritar y tras unos pocos segundos, se le unieron más voces femeninas. Volvió la cabeza hacia atrás y vio como una docena de mujeres se habían unido en la persecución.

Recolectó todas las fuerzas que le quedaban y las dirigió hacia sus piernas. Esquivó con avidez unas cuantas mujeres que aparecieron de entre la nada abalanzándose sobre él y consiguió entrar sano y salvo en su piso. Entró en su apartamento y echó los dos cerrojos que tenía la puerta. Luego la atrancó con una silla a modo de palanca y se dirigió rápidamente hacia las ventanas. Las cerró y apiló muebles sobre éstas. Sacó el cepillo de barrer del armario de la limpieza y se paró frente a la puerta asiendo con fuerza el palo del cepillo.

Los gritos continuaron, pero no habían golpeado la puerta ni las ventanas. Eso hizo que se serenara un poco; quizás al no estar frente a ellas el efecto había remitido. Corrió hasta el cuarto de baño y cogió el frasco de colonia. Allí estaba el número de teléfono de “Querube´s”, marcó el número y esperó inquieto a que cogieran el teléfono. Tras unos eternos segundos alguien descolgó el teléfono y dijo:

- Querube´s, S.A, Servicio al Cliente, ¿En qué puedo ayudarle?
-¡Me llamo Abelardo, trabajo para vosotros! ¡Por favor, póngame con quién lleva lo de “Eau de Foullè”!
-Perdón, no entiendo nada de lo que dice, señor.
-¡Que soy yo! ¡La cobaya de la colonia que excita a las mujeres! Por favor, se lo suplico, necesito ayuda…
-Un momento, por favor.

Abe aguardó impaciente sin apartar la mirada de la puerta, tras unos segundos escuchó una voz masculina por el aparato.

-¡Eh, necesito que me ayude! –Gritó Abe al audífono- Ya no sé que hacer, no me estoy poniendo la colonia y las mujeres me están acosando. ¡Esto no remite!
Hubo una breve pausa, y la voz masculina le respondió:
-Ya veo. Lo siento, nosotros no hemos contratado a nadie en las últimas tres semanas.
-¿Está de broma? –Dijo Abe con cierto temblor en la voz. -Eau de Foullè…
-Lo siento, chico. Nosotros no tenemos nada que ver.
Dicho esto, el hombre colgó el teléfono y a Abe le recorrió por todo el cuerpo un escalofrio; sentía que había sido utilizado y ahora abandonado a su suerte. Jamás se harían responsables de los efectos del producto y, seguramente, ahora estarían destruyendo todas las pruebas sistemáticamente.


***



La Noche de las Mujeres Ardientes

Una hora después de que Abe se recluyera en su piso, aparecieron más mujeres vociferantes e histéricas. Se sentó en la mecedora esperando que se cansaran de gritar y se marcharan por donde habían venido; pero cada vez era más improbable que esto ocurriera, al menos, no hasta obtener lo que ellas querían.

Unos ruidos chirriantes surgieron del extremo opuesto de la habitación. Abe se levantó he intentó localizar la fuente del ruido. Al cabo de unos segundos el ruido fue más notable y consiguió hallar el lugar de origen. ¡Estaba intentando entrar por la ventana! Una columna humana de mujeres excitadas se erguía frente a una de las ventanas del salón. Abe corrió hasta la cocina a por cualquier cosa que le fuera de utilidad para espantarlas y volvió presto hasta la ventana. La abrió, no sintiéndose muy seguro de sus actos, y divisó con exasperante terror, como una rubia destartalada se encontraba a pocos centímetros de él. Abe sacó el insecticida que había traído de la cocina y lo aplicó, sin agitar, sobre la cara de la muchacha. Ésta soltó un chirriante grito y cayó de espaldas llevándose con ella unas cuantas compañeras. Volvió a cerrar la ventana y se quedó horrorizado ante la horda de mujeres que había frente a su casa.

Exponerse ante las acosadoras pare ser que las inquietó aún más de lo que estaba y se apartó de su campo de visión. Minutos más tarde, comenzaron las amenazas. Como si de un único ser omnipresente se tratara, todas las mujeres se unieron para gritar a coro:

“¡1º B, buenorro, queremos echarte un polvo!”

Siendo esto la gota que colmó el vaso, Abe decidió llamar a la policía y acabar con de una vez con todo esto. Vaciló unos segundos ante el aparato telefónico y marcó el número. Una voz monótona interrumpió el tono de llamada:

-Central de Policía, ¿En qué puedo ayudarle?
-Sí, necesito que envíen unos cuantos coches patrulla a mi casa, una multitud de mujeres se ha plantado frente a mi casa e intentan forzarme.
-Ajam, ¿y usted es..?
-Abelardo. Manden a alguien.
-Ajam -continuó el agente con su tono monótono-, ¿Y que dicen que hacen?
-Pues intentan entrar en casa, gritan desesperadas… están golpeando ahora mismo la puerta e intentan entrar por la ventana. ¡Se están volviendo más violentas por minutos!
-Ajam, ya… Bueno, ya sabe como es esto. Necesitan devorar cerebros para aliviar el dolor.
-¿¿Qué?? ¡¡NO!! ¡¡NO ESTAN HAMBRIENTEAS DE SESOS, ESTAN HAMBRIENTAS DE SEXO!!
-Mira niño, no tenemos tiempo para bromitas telefónicas. Esto es sólo para emergencias. Adiós y buenas noches.

Abe dejó caer el teléfono sobre la mesita y comenzó a apilar más muebles sobre la puerta. Luego volvió a coger el cepillo de barrer y abrió la ventana para echarlas. Tras unos breves forcejeos con las mujeres de ahí abajo, consiguieron quitarle el cepillo, y casi, tirarlo a la calle. Abe logró volver a cerrar la ventana y comenzó a recorrer el pequeño piso en busca de cualquier arma que le fuera de utilidad. Montó un pequeño armamento frente a las ventanas y comenzó a arrojar todo lo que había encontrado: lejía, polvos detergentes, pepsi-cola, sus calcetines sucios, la escobilla del wáter, el cubo de la basura… pero nada conseguía hacer que se alejaran.

Cayó al suelo y comenzó a llorar y temblar. Estaba cansado, no tenia fuerzas para seguir la lucha; y si le atrapaban, el suplicio sería aún más insoportable. Se dejó abandonar a la suerte y que ocurriese lo que tuviese que ocurrir. En ese momento, fue cuando encontró una pequeña oportunidad para salir de aquello. Era tan simple que se echó a reír; ¿Cómo podía haber sido tan idiota? Ellas sólo querían una cosa, y no era “él”.

Corrió hasta el cuarto de baño y cogió el frasco de “Eau de Foullè”; aún quedaba más de la mitad del frasco. Eso tenía que ser suficiente. Volvió al salón y abrió la ventana que se encontraba más al norte, pues era la que estaba más despejada. Al otro lado de la calle se encontraba un viejo perro callejero olisqueando una esquina para ver si sería ese un buen retrete. No había contado con ello, pero quizás eso le fuese de alguna utilidad; no dejaría de aprovechar una ocasión como esa. Abe quitó el tapón y arrojó el frasco con fuerza a donde se encontraba el perro. Éste dio un brinco por el objeto que acaba de estrellarse justo en su esquina y ponerlo perdido de un liquido que sabía a aguarrás.

Abe volvió a cerrar la ventana y estuvo atento a cualquier cambio de la situación.
Las mujeres fueron apaciguándose poco a poco hasta que todas quedaron inmóviles y en silencio. Lentamente, las que estaban más apartadas de su piso se fueron dando la vuelva; ejemplo que fueron siguiendo todas hasta que la gran congregación de mujeres se quedaron mirando al perro desvencijado que se encontraba meando en la esquina. Un nuevo clamor surgió de forma gutural y el sonido de estampida envolvió toda la calle. El perro, que en ese momento no se había percatado de la nueva fascinación de la que ahora era portador, observó con los ojos casi desorbitados y una extraña expresión muy humana de “¡coño!”, como una montaña de bípedas mamíferas hembras se abalanzaban sobre él. De haber tenido cremallera se la habría pillado con ella en su rapto de huida desenfrenada.

Cuando minutos más tarde la calle quedó desierta y el estruendo de los gritos se alejaba paulatinamente, Abe bajó hasta la calle y corrió en dirección opuesta a los gritos. Tras casi media hora de huida a pie, consiguió parar un taxi para que le llevara hasta la estación de autobuses. Allí cogería un tren y se volvería a casa de sus padres.


***



Colonia nueva: Vida nueva

Tras una breve estancia en casa de sus padres -que seguro hubiese perdurado más de no haber sido por ciertos momentos embarazosos ocurridos con su madre-, Abe aceptó el dinero que le ofreció su padre y se marchó sin mirar atrás en busca de una solución a su problema.

Abe optó por llevar una vida que le permitiera mantenerse apartado de las mujeres, y fue por ello que entró en un monasterio budistas en una cordillera perdida del Himalaya. Allí consiguió reponerse de su terrible experiencia y meditar a fondo sobre lo ocurrido. Llegó a la conclusión de que su falta de afecto hacia las mujeres fue lo que le encomendó tener que vivir con aquella maldición y tener que abandonar todo su mundo conocido. Ahora encontraría de nuevo la paz y estaba seguro de que podría acostumbrarse al cambio y ser feliz.

Sus paseos por el monasterio se convirtieron en el momento más sagrado del día. Entró más en contacto con la naturaleza y con su entorno. Comenzó a mostrar fervor por la religión budista y apreciar, cada día más, la nueva oportunidad que se le había dado.


Una gélida noche de invierno, Abe entró al comedor deseoso de cenar y acomodarse junto a sus hermanos entorno a la mesa repleta de platos calientes. Tomó su sopa de ajó con voracidad y ahogó el pan en el plato antes de darle un destino mejor. El frio que sentía fue menguando gracias al calor de la habitación caliente y los dos monjes que se sentaban a su lado. Pero tras un buen rato allí sentado, notó que el calor procedente de su lado izquierda era mayor que el del derecho. Eso era debido a que el monje que se sentaba en ese lado estaba bastante más arrimado a él que el otro. Levantó la cabeza despacio y vio como el monje le estaba mirando de reojo. Abe bajó de nuevo la mirada al plato pero notó como los ojos de aquel hombre le seguían escudriñando. Con más vacilación que la vez anterior, Abe levantó la cabeza y volvió a mirarlo, y en efecto, seguía sin apartar la vista de él. El monje inclinó levemente la cabeza hacia un lado y, sonriéndole tímidamente, le dejó perplejo ante un coqueto “hola”.


FIN

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