Espantapájaros

Un gran maizal para un sólo espantapájaros. Y solo se encontraba en aquel mar verdoso de espuma dorada.

Durante incontables días de sol y de lluvia, el espantapájaros estuvo ahuyentando a los cuervos; realizando así, con creces, el cometido de su trabajo. Pero ya ha pasado mucho tiempo, y su cuerpo de paja y trapo comienza a derrumbarse lánguidamente. Sus manos, de guantes viejos y dedos quebrados, le cuelgan inertes por los extremos del palo. Y su sombrero de paja, hace ya tiempo se lo llevó el viento.

Ahora solamente permanece inmóvil en su cruz; alzando sus ojos de botón al horizonte, y soñando; soñando con más allá de la línea que separa el maíz del firmamento y los secretos que ésta esconde. Pero hoy el pelele de trapo no se podía sentir más desdichado, pues hoy había descubierto, que el día que nació fue abandonado.


Los cuervos, como cada mañana, planean sobre el espantapájaros; tantean el terreno, e intentando robar comida sin ser descubiertos. Pero los cuervos se han dado cuenta de que hoy le ocurre algo al espantapájaros. Y uno de ellos, el más aventurado, se ha posado en uno de sus brazos.


-¡Eh, Espantapájaros! ¿No nos ahuyentas hoy?
-Hoy no tengo ganas de espantar nada. Podéis comer hasta hartaros. –Dijo el espantapájaros con un suspiro.

El cuervo hizo un gesto a sus compañeros, y estos se posaron a ambos lados del espantapájaros.

-¿Qué te ocurre, Espantapájaros? –Dijo el cuervo.
-No sé cuanto tiempo llevo aquí varado –Respondió-. He visto crecer cosecha tras cosecha; he velado por el sustento del granjero y el ni se ha molestado en volver a ponerme el sombrero. Me empalaron y me dejaron abandonado; y yo como un condenado, ¿qué otra soy si no?, he velado por el cultivo de ese hombre desalmado.

Los cuervos murmuraron un momento entre ellos, y le preguntaron:

-¿Y por qué no te largas de aquí?

El espantapájaros le miro sorprendido, y le respondió:

-¡¿A caso no veis que estoy aquí empalado?! -El espantapájaros sollozó y continuó con voz quebrantada- Yo sólo quiero que me lleve el viento…
-Nosotros somos muy buenos amigos del Viento, Espantapájaros. Y es por eso que nos regaló estas alas.

El cuervo abrió sus alas con solemnidad y jubilo; el espantapájaros las miro con admiración y luego deslizó su mirada hacía la fina línea del horizonte, tras la cual, había un mundo desconocido que no fue creado para él. En cambio el espantapájaros estaría dispuesto a dar cualquier cosa por verlo, al menos, una vez.

-¿Y podrías pedirle al Viento que me lleve más allá de este maizal? -Preguntó el espantapájaros con cierta esperanza; mas siendo consciente, de que era soñar en voz alta.
-Nosotros –respondió el cuervo- somos los emisarios del Viento. Entre todos te llevaremos fuera del maizal y podrás descansar en la ladera que hay más allá. ¿Verdad chicos?

Los cuervos aclamaron la propuesta del cuervo y alzaron sus alas en señal de aprobación.
El espantapájaros guardó silencio un momento. Bajó la vista y contempló como la paja sobresalía por las comisuras de sus ropas descoloridas. Su mano derecha casi la había perdido y su cabeza, al estar desprovista de sombrero y expuesta al radiante sol, le provocaba terribles dolores de cabeza.

-Por favor, sáquenme de aquí… -Dijo el espantapájaros, casi con un susurro.

Los cuervos se alzaron al unísono y se aferraron al espantapájaros. Éste notó como les clavaban sus afilados picos y le desgarraban con sus fuertes garras. Unos le arrancaron las manos y se alejaron con ellas; otros se hicieron con las mangas de su camisa y otros cuantos con el relleno de su interior. Así, uno a uno, fueron desmembrando al espantapájaros y llevando sus restos fuera del maizal; dejando tan sólo la cruz donde fue empalado.

Pero él no prestaba atención al dolor, sino a su cuerpo que se alzaba; que se liberaba. Contemplaba con ferviente alegría como el mundo se iba ensanchando a su paso. Vio árboles, casas, rocas, hierba, un pequeño arrollo juguetón, una liebre asombrada… Cosas que jamás se hubiese atrevido a soñar. Y mientras sus restos iban cayendo ladera abajo, él iba muriendo, mas no murió sin iluminarse, pues se liberó del yugo de la soledad, del desamparo de no ser reconocido.

Los cuervos, no creyendo aún la suerte que habían tenido, volvieron al maizal cantando y bailando para celebrar con aquel festín de frutos, ahora desprotegidos, la partida del espantapájaros y la recuperación del que durante años fue su campo de maíz.

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