Menos cada día

Aquella mañana no le despertó su madre como de costumbre. Tampoco escuchó pasar los coches bajo su ventana ni oyó a sus padres discutir en la cocina. Solamente se oía el gorjeo de los pájaros en el exterior y un siniestro silencio que envolvía la casa. Ya que su madre no le había despertado, no iría hoy al instituto; así pues, decidió dormir un poco más y ya se levantaría cuando tuviera hambre. Eso ocurrió alrededor de las doce del mediodía; bajó las escaleras, llamó a sus padres pero no respondieron, se fue a la cocina y volvió a su dormitorio con un tazón de cereales. Allí se quedó jugando con su videoconsola hasta las tres de la tarde; la hora en la que solían almorzar.

Volvió abajo y vio que su madre no estaba en la cocina ni había indicios de que estuviera preparando nada allí. De repente le invadió una sensación de pánico. Un accidente, abandono, cualquier tipo de desgracia; pensamiento que se le arremolinaron en la mente hasta acelerarle la respiración y el pulso y hacer que le corriera un sudor frio por la espalda. Corrió hasta el teléfono y llamó a emergencias; nadie respondió a su llamada. Colgó y fue probando con distintos números: el del hospital, el de la policía, bomberos, el seguro… nadie respondió. Salió a la calle e intentó hacer memoria de si había escuchado algún coche pasar en toda la mañana. Se dirigió a la casa del vecino y llamo a la puerta; no hubo respuesta alguna. Fue probando casa por casa, y en todas fue correspondido con el silencio. Volvió a su casa y encendió a tele; quizás fue una evacuación de emergencia y se hubiesen olvidado de él. En la mayoría de los canales no había señal, en otros se veían escenarios vacios o calles desiertas. Encendió la radio y sólo escuchó el sonido de un micrófono huérfano.

Todo el mundo había desaparecido. ¿Qué tenía que hacer ahora? Intentó tomárselo con calma; no perder los estribos ni dejarse adueñar por el pánico. Se fue a la cocina, sacó del frigorífico un surtido de embutidos, se preparo un par de bocadillos y se hizo con unos cuantos pastelillos. Total, nadie le echaría la bronca…
Después de comer fue con la bici a dar una vuelva por el vecindario; ni rastro de una sola persona. Esto hizo madurar la idea de poder hacer todo cuanto le viniese en gana. Bajó de la bicicleta, entró en una tienda de coches e intentó arrancar uno. Tras casi una hora intentándolo, consiguió hacerse con el manejo y salir a trompicones del establecimiento. Fue con el coche hasta el centro comercial que se encontraba a pocas calles de allí y cargó el coche con todo tipo de juguetes y electrodomésticos. Con ese gran botín se dirigió a casa y estuvo jugando con todas aquellas chucherías hasta que se quedó dormido en el sofá.

A la mañana siguiente todo había desaparecido. Su botín, los libros de la estantería, su colección de películas, todos los adornos con los que su madre invadió la casa, y lo peor de todo; la comida también había desaparecido. Creyó que le estaban gastando una broma y se puso a maldecir a pleno pulmón. Luego volvió a las casas de sus vecinos y también habían sido saqueadas. Lo único que encontró fue muebles y estanterías vacías. El centro comercial también había sido barrido, así como todos los depósitos de los coches y motocicletas. De los grifos tampoco salía agua, por lo que intentó no llorar para no deshidratarse tan rápido; pero no fue tarea fácil. Se encerró en su habitación, se echó sobre el colchón desnudo y esperó a que todo volviera a la normalidad. Su madre le encendería la luz y le sacudiría los hombros hasta que despertara del sueño para ir al instituto.

Lo que lo despertó a la mañana siguiente no fueron los vapuleos de su madre, sino el duro y frio suelo que hizo que se le engarrotaran las cervicales y se le entumeciera la cintura. Abrió los ojos y sólo vio paredes desnudas, suelos desarraigados; cerró con fuerza los ojos e intentó que no se escaparan las lágrimas por sus mejillas. El hambre también se despertó y se le quejó con irritación. Decidió dar un paseo por las calles y buscar algo comestible entre las casas. Pero todas estaban tan vacías como la suya. No pudo aguantarlos más y se dejó caer sobre el suelo. Lloró sin consuelo alguno y se dejó abandonado a la sombra de una casa que ya pertenecía a nadie. En un barrio donde ya no había vecinos. Donde incluso los animales habían desaparecido. Tuvo miedo de cerrar los ojos y perder algo más de su mundo al despertar. Pero la noche se le echó encima, y la oscuridad le hipnotizó con la nada.

Ya no había casas. Tampoco calles ni arboles. Un desierto sin arena; un cielo sin azul. Su garganta se quedó sin voz y a su mente le quedaba ya poco de razón. Pero tampoco estuvo del todo solo, pues los recuerdos acudieron a su encuentro. A recriminarle el haber sido un chico tan esquivo, tan solitario. ¿Y si hubiese sido más amable? ¿Si hubiese sabido apreciar lo útil que hay en los demás? Quizás ahora no le parecería todo tan vacío. Quizás…
Lo cierto es que todo estaba vacío, pero había un vacío en su interior que estaba allí mucho antes de que empezaran a desaparecer todo cuanto le rodeaba. Sólo necesitó perderlo todo para saber que es lo que le faltaba.
Comenzó a reír. Un sueño o una intervención divina; ¿Qué más daba? Ya sabía que seria lo próximo que desaparecería mañana. Y le parecía bien.

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