Caer Sobre el Cielo

Aquella mañana, el cielo amaneció rojo. La gente al verlo; enloqueció. Yo me quedé encerrado en casa; prudente de no acercarme a aquella gente. Pero al llegar el medio día, la situación empeoró. La primera sensación fue de ligereza. Lo cierto es que fue una sensación agradable; pero cuando el lápiz que tenía sobre la mesa subió al techo, no pude evitar gritar por la sorpresa. Me asomé a la ventana, y el cielo se estaba destiñendo de aquel color rojizo. Entonces me invadió una sensación de vértigo, pues casi creí que caería por la ventana.

La cerré tan aprisa como pude y en ese momento vi al primero. Un hombre se alzó entre los edificios y subió de la misma forma que alguien caería. Se podría decir, que cayó hacia arriba. Y seguido de éste, cayó otro más, y otro, y otro… y el cielo se llenó de hombres.

Fue entonces cuando yo también me despegué del suelo y me estrellé contra el techo. Y mi fin, al igual que aquellos infelices que se encontraban en la calle, pasó rozando ante mí; pues casi fui aplastado por el escritorio y los demás muebles menudos que había alrededor.

El resto del día lo pasé en la esquina de la pared. Temeroso de moverme por si se agrietaba el techó y también caía al vacío. Dejé que se me entumecieran las piernas y la espalda, e hice, lo que no hacía en mucho tiempo; rezar.

Por fortuna, llegó la noche, y pude dejar de ver aquel cielo de calles pavimentadas y casas boca abajo. Y tranquilizado un poco por dejar de contemplar aquella locura, pude escuchar el agudo sonido del hambre que me reclamaba. Caminé con cautela sobre el techo y esquivé cuidadosamente los muebles que había por allí desparramados. Me dirigí a la cocina como pude, pero me detuve en el umbral de la puerta. El techo de la cocina no pudo resistir la caída del frigorífico y desapareció con él. El pánico se hizo presa de mí, y retrocedí cautelosamente.

Volví a mi rincón donde me sentía seguro y pasé la noche procurando moverme lo menos posible.

A la mañana siguiente todo seguía igual. Me levanté y me asomé a la ventana. El suelo de cielo. El cielo; de suelo. Abrí la ventana, y me costó un poco. Una fina capa de óxido había florecido en la ventana. La única explicación lógica que pude encontrar a aquella anomalía, era el aumento de oxígeno en el aire. Y por lo que sabía, el oxígeno es un gas corrosivo. Si aumentaba más del veintiuno por ciento en el aire, moriría envenenado. Pero eso no tenía sentido, no con tanta rapidez. Aunque, ¿a caso lo tenía algo de todo aquello?

Regresé a la cocina, y el óxido había cubierto gran parte de los electrodomésticos y el fregadero. Cerré la puerta de la cocina y volví a mi rincón.


Aquí sentado llevo desde esta mañana, viendo aterrado como la ventana se vuelve naranja, y notando como la mente se eleva paulatinamente, igual que el resto del mundo. Lo que hare, será tirar esta silla por la ventana, y seguidamente arrojarme a la inmensidad del firmamento. Desde hace unas horas, lo imagino con anhelo. Deseo salir de este mundo que se me escapa de las manos, que ya nada puedo controlar ni comprender; y dejarme caer. Caer sobre el cielo… donde habitan los sueños.

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