El Diario de Víctor

No puedo explicar la euforia que me invadió cuando descubrí, tras uno de los cajones de esa vieja cómoda, aquel montón de hojas amarillentas y enmohecidas. El mueble en sí perteneció a la familia Godwin; pero jamás hubiese imaginado a la hora de la compra que correspondió nada menos que a la hija de William; Mary.
Este hallazgo estaba compuesto por un diario, una sería de cartas enviadas a Mary fechadas en 17.. y unas notas de ésta en las que se sugería el nombre de una tal Margaret Saville como posible seudónimo; así como una lista de ubicaciones y cambios con respecto al texto original.
Mi primer pensamiento fue que se tratara de un primer borrador de la novela, pero descarté enseguida esta idea, pues las cartas estaban fechadas mucho antes que las notas, y el diario era bastante más antiguo aún. Fue entonces cuando descubrí con toda certeza que lo que tenía en mis manos era un autentico diario escrito por una mano que se supone jamás existió. ¡Qué excitante resultaba todo aquello! Formaría parte de la historia; sería el gran descubridor que destapó uno de los mayores secretos de la humanidad expuestos ante las narices de todo el mundo como un cuento de hadas. Pero tras meditarlo, caí en la cuenta de que el diario describía los pasos a seguir que me convertirían, no sólo en un nombre en la historia, sino como el precursor de la ciencia moderna.
¡Y qué fácil era conseguirlo! El proceso era simple, asequible y no requería conocimientos más avanzados que los que se pudiesen obtener tras un par de meses de estudio. Fue entonces cuando comencé el proyecto que creía me auparía a lomos de la gloría; pero cual equivocado estuve al jugar mis cartas, pues al igual que mi predecesor, fue la desgracia y el temor lo que me condujo a este destierro al que me veo ahora impuesto.

La primera aparición de aquella enorme y sombría figura que acarrearía mi desdicha tuvo lugar la noche en la que quedó resuelto que profanaría un cadáver para llevar a cabo mis experimentos. Al salir de la cripta donde había usurpado la paz de aquella familia, lo vi de pie junto al árbol que se situaba en el centro del cementerio. Permaneció inmóvil tan sólo unos segundos y acto seguido corrió tras las tumbas y saltó la tapia del recinto con una velocidad y destreza que apenas pude dar crédito de lo que veía. Varias noches después, cuando llevaba avanzado gran parte del proyecto, volvió a manifestarse tras la ventana de mi improvisado laboratorio. Permanecía inmóvil en la penumbra que proyectaba la luz de la ventana; no podía distinguir su cara, pero sí su cuerpo de desmesuradas proporciones. Sentía como clavaba en mí aquella invisible, y, ahora estoy seguro, maliciosa mirada. Y al igual que la noche anterior, tras unos segundos de impugnar mi alma con su perturbadora presencia, se deslizó a aquella otra dimensión que es la oscuridad, donde su amenazadora ausencia corrompería ya de por siempre mis noches de irrisorio descanso.
Abandoné mi empresa por el temor que me invadió tras esa última visita, dejando a un lado cualquier otro sentimiento de los que pudiera hacer uso mi razón. Aquella… criatura –totalmente indefinible como ser humano- había irrumpido en mi vida del mismo modo que lo había hecho aquel diario. Pero en una de las cartas afirmaba que ese engendró había sido pacto de las llamas. ¿Qué era pues, lo que me perseguía allá donde fuera y sembraba de pavor mis noches?

Me dejé abandonar a la botella, siendo ésta sustituto de mi valor. El ser que estaba moldeando en aquella habitación inhóspita fue abandonado a la putrefacción e infamia de los gusanos. El hedor del pecado irrumpió en todas las habitaciones de la casa, no habiendo lugar donde esconderse de éste. Pero no podía sacar el cuerpo de la casa, pues si lo hacía de día me podría ver cualquier transeúnte que pasara por allí, y de noche me exponía al riesgo de que esa criatura me atrapara. La visión de aquel encuentro era demasiado perturbadora para ni siquiera imaginarla.
La locura comenzaba a hacer huella en mí. No podía abandonar la casa con el cuerpo allí, pues si alguien entraba en mi ausencia supondría mi ruina. Además, allá donde quiera que fuese, aquella sombra me seguía con implacable persistencia. Era irremediable; no se puede escapar de lo que no tiene salvación.

Aquella noche, pues soy incapaz de situarla en un calendario ya que no sé ni cuantos días hace que estoy aquí, esa aberración entró en mi casa atravesando unas de las ventanas del salón. Yo permanecí inmóvil en mi dormitorio presa del pánico; el tronar de sus pasos hacía que las paredes se estremecieran de pavor. Las puertas gemían en una agonía indescriptible cada vez que la criatura irrumpía en cada habitación. Desfallecí en el momento en que abrió la puerta de mi dormitorio y la medrosa penumbra contorneó su abismal silueta en el umbral de la habitación.
Cuando desperté, ya me encontraba en esta maloliente y húmeda habitación; sin duda, el sótano de una vieja casa abandonada; y a juzgar por los ruidos nocturnos y la brisa helada, he de suponer que me encuentro en un bosque, o quizás una montaña. Pero he de darme prisa en contar mi historia, pues se me termina el escaso papel que he encontrado y también el tiempo. ¡Oh, Dios misericordioso, sácame de aquí!
Durante mi estancia en este lúgubre lugar, la criatura ha estado observándome por la cerradura de la puerta. Un ojo amarillento de pupilas más negras que la noche más oscura ha estado escudriñando mi ser con tal perseverancia, que ya calculo que son tres las noches que paso sin dormir. Mas ya sé que es lo que quiere de mí, pues él mismo en una ocasión entró en mi calabozo para confesármelo. Se sentó en un raido taburete y me observó durante un instante sin decir palabra alguna. Y con voz cavernosa, me confesó su historia.

Él supo desde un principio dónde se encontraba el diario, y fue él quien me buscó a sabiendas, y no yo. Me estudió y se burló de mí en mi hallazgo y mi empresa. Me siguió hasta el cementerio –pues que otro lugar más siniestro que aquel- para dejarse ver y que el temor fuera adueñándose de mí paulatinamente. ¡Me inundó mi temor para volverme vulnerable a su ataque! Un ser tan grotesco como ése, no puede tener una mente tan lucida… tan malvada. No, no me equivoco al decir que no es un ser humano; es el mismo diablo el que me atormenta.
Tras la noche que fue en mi busca para raptarme, me ató y metió dentro de un saco; y con su fuerza sobrehumana me ha llevado a rastrar durante mi trance a través de bosques y toda clase de lugares recónditos para no ser visto, hasta la cima del Mont Blanc.
Luego no pude vender a mi curiosidad, y casi en un susurro –del que el se burló cómo si fuese un chiquillo asustado-, le pregunté quién era, y cómo es que no estaba muerto. Su respuesta me dejó atónito, pues me confesó que el no era el hijo de Víctor, sino de Mary. ¿Cómo una mujer tan sensible como ella, tan frágil, pudo crear a semejante monstruo? Pero al final comprendí, pues fueron los mismos sueños de grandeza y ansias de saber que a mí me motivaron, los que hicieron que ella labrara su propia desgracia. Así pues, me relató como ahogó a su esposo, Shelly; al hijo de éste, a sus amigos: Polidori y Byron; y finalmente, cómo la condujo a ella a su propia destrucción.
Pero aún me quedaba una incógnita, él no podía ser inmortal, y era imposible que semejante ser viviera más de un siglo. Y he aquí, dónde el testamento de mi vida llega su parte más macabra. Él no es inmortal, pero posee una mente brillante, un cuerpo extraordinariamente resistente y los escrúpulos más viles de la Creación. Ahora ha recuperado su diario, y sabe cómo ha de hacerlo. Cuando uno de sus órganos falla, o simplemente ha pasado demasiado tiempo como para suponer que lo hará; busca a un infeliz que le sirva de donante y de ésta forma renovarse el mismo una y otra vez.
Ahora le está fallando el hígado, y ha resuelto hacerse con el mío… Por el amor de Dios, ¡Qué no permita el Cielo que forme parte de esa aberración! Lo único que me queda por hacer en cuanto termine estas líneas, es usar todo el carbón que estoy usando para escribir y me lo tragaré hasta envenenarme o ahogarme con él. Pero he de darme prisa, pues pronto volverá su ojo a posarse en la cerradura y no permitirá que lastime su inversión.


Si alguna vez lees esto, ¡Oh, desdicha viajero! ¡Huye, abandona el Mont Blanc! Pues la más antigua de las criaturas necesita de tus servicios, y se hará con ellos de la forma más aberrante jamás imaginada en la mente de un ser humano.